Imagina esto. Dentro de diez años, estás sentada en una casa grande, con cercas blancas y columpios en el porche. Hace diez años juraste que estarías viviendo en una gran ciudad con él a tu lado pero algo pasó en el camino y viste desintegrarse a esos planes en la palma de tus manos. Miras el amanecer y miras la puesta de sol y te preguntas si él está ahí en algún lugar en el otro lado del planeta como prometió. "Voy a irme de aquí", dijo, "no importa cómo lo haga o a dónde vaya, voy a irme."
Imagina esto. Dentro de veinte años, vas a encontrar tu primera cana. Sin dudas vas a tener ese ataque de pánico de mediana edad que todo el mundo parece obligado a tener y te vas a tallar los ojos y superarlo. Tu vida es bastante estable ahora: buena, calmada, como si finalmente tuvieras todo descifrado. "Me estoy volviendo vieja", te quejas. Y en algún lugar, en el fondo de tu mente, te preguntas si él está envejeciendo también.
Imagina esto. Dentro de cincuenta años tu cabello es como la nieve (si es que tienes). Tu bastón es tu nuevo mejor amigo y los recuerdos parecen salir y entrar de tu cabeza como las nubes en el cielo. La mayoría de los días empieza a dolerte cuando respiras. Es en estas ocasiones, cuando tu pecho se siente pesado y te tienes que sentar, que lo recuerdas. Piensas cuán verdadero es que no olvidas a las personas que has amado cuando eras joven. Tal vez no recuerdes el clima de ayer pero recuerdas la brisa del verano de hace cincuenta años y que se estaba quejando por tu cabello en su rostro. "Me pregunto si es feliz", dices, y la gente lo confunde con divagaciones sin sentido. "Espero que haya encontrado lo que estaba buscando".
jueves, 12 de febrero de 2015
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