miércoles, 7 de septiembre de 2016

María

No puedo escribir si no se trata de amor, si no es acerca de los chicos que me parten el corazón a pedacitos y luego lo tiran. Pero luego me pregunto, ¿eso es amor?, y entonces no sé la respuesta, qué complicado es esto, ¿no?

La amistad es más simple, como dos piezas que encajan sin necesidad de forzarlas, como las olas en la orilla que rompen en completa armonía.

Ya no recuerdo cómo fue que nos hicimos amigas, pero supongo que eso no importa, que lo importante aquí es recordar las pequeñas cosas que la hacían especial, porque ya hace casi tres meses que me fui y se siente como una eternidad.

Y es que cuando pienso en ella lo primero que se me viene a la mente son las mañanas, aquellas donde me despertaba al escuchar música sonando a todo volumen. Oír música significaba que ella estaba ahí, que no estaría sola. 

Y recuerdo la manera en que se asustaba por las cosas más ridículas y yo internamente estaba muerta de risa. Aquella vez en que tuvimos que sacar a una iguana gigante de la pila, la vez que tuvimos que sacar a un sapo y la vez que una rata se apoderó de nuestra cocina.

Cuántas risas no compartimos, cuántas cosas no nos contamos y cuántas aventuras vivimos juntas. Vivir. Juntas. Y ahora me compaña la soledad en mi pequeño cuarto en este pequeño pueblo.

Lo que más me sorprende de ella es saber que en todo el tiempo que estuvimos juntas jamás la vi vulnerable, jamás la vi derramar una lágrima, porque a pesar de que yo sabía que estaba pasando por momentos difíciles, nunca lo demostró. Y envidio eso, quisiera tener su fortaleza, quisiera poder enfrentar al mundo de la manera en que ella lo hace.

Con una sonrisa algo sarcástica, con palabras de aliento en toda ocasión, con una risa contagiosa, con miedo pero sabiendo enfrentarlo, con valor.




Voy a terminar diciendo que yo no escribo poemas a mis amigos, pero si de ella se trata, estoy dispuesta a hacer una excepción.

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