No puedo escribir si no se trata de amor, si no es acerca de
los chicos que me parten el corazón a pedacitos y luego lo tiran. Pero luego me
pregunto, ¿eso es amor?, y entonces no sé la respuesta, qué complicado es esto,
¿no?
La amistad es más simple, como dos piezas que encajan sin
necesidad de forzarlas, como las olas en la orilla que rompen en completa
armonía.
Ya no recuerdo cómo fue que nos hicimos amigas, pero supongo
que eso no importa, que lo importante aquí es recordar las pequeñas cosas que
la hacían especial, porque ya hace casi tres meses que me fui y se siente como
una eternidad.
Y es que cuando pienso en ella lo primero que se me viene a
la mente son las mañanas, aquellas donde me despertaba al escuchar música
sonando a todo volumen. Oír música significaba que ella estaba ahí, que no
estaría sola.
Y recuerdo la manera en que se asustaba por las cosas más
ridículas y yo internamente estaba muerta de risa. Aquella vez en que tuvimos
que sacar a una iguana gigante de la pila, la vez que tuvimos que sacar a un
sapo y la vez que una rata se apoderó de nuestra cocina.
Cuántas risas no compartimos, cuántas cosas no nos contamos
y cuántas aventuras vivimos juntas. Vivir. Juntas. Y ahora me compaña la
soledad en mi pequeño cuarto en este pequeño pueblo.
Lo que más me sorprende de ella es saber que en todo el
tiempo que estuvimos juntas jamás la vi vulnerable, jamás la vi derramar una
lágrima, porque a pesar de que yo sabía que estaba pasando por momentos
difíciles, nunca lo demostró. Y envidio eso, quisiera tener su fortaleza,
quisiera poder enfrentar al mundo de la manera en que ella lo hace.
Con una sonrisa algo sarcástica, con palabras de aliento en
toda ocasión, con una risa contagiosa, con miedo pero sabiendo enfrentarlo, con
valor.
Voy a terminar diciendo que yo no escribo poemas a mis amigos, pero si de ella se trata, estoy
dispuesta a hacer una excepción.
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