Casi puedo imaginarte en tu nueva casa, con tu esposa, aquella chica que tanto odié cuando supe que me habías remplazado por ella.
Casi puedo sentir su aroma entre las sábanas y tú deslizándote lejos, yendo a un lugar solitario en la casa, el sillón de la esquina de la sala tal vez.
Casi puedo oír tu respiración agitada, entrecortada por la ansiedad y el entusiasmo, tomando tu teléfono y marcando mi numero, como si fuera una actividad criminal.
El silencio se apodera de la habitación y en lo único que piensas mientras en el teléfono se escucha el sonido de la línea, es en tu esposa, durmiendo en la misma posición de siempre, con la pijama que le regalaste en su cumpleaños, en el mismo lado, con las mismas peleas de antes de dormir.
"Merezco algo mejor que esto" piensas, y en la línea se escucha el sonido de la contestadora.
Casi puedo escuchar a tu corazón rindiéndose en silencio, pensando, "bueno, no queda más".
Vuelves a la cama, con las manos en la sien, con las lágrimas amenazando con salir en cualquier momento, y cuando la ves a ella recostada y tan tranquila, casi quieres lanzar un grito de desesperación; "esto no es lo que yo quería" te dices, mientras miras de nuevo el teléfono para ver si de causalidad te llame de vuelta, pero ahí no hay nada, así que decides dormir o al menos lo intentas.
Casi puedo verla en la mañana, con el pelo alborotado y mirándote con tanto enojo, que te hace preguntar qué hiciste esta vez, o si habrá revisado tu teléfono de nuevo.
"Volviste a decir su nombre mientras dormías", es todo lo que dice, mientras sale de la cama y tu te quedas ahí, queriendo desaparecer.
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