Vine al mundo en forma de una pequeña pájarita indefensa, a la que su mamá no abandonó por completo pero sí descuidó poco a poquito. Vine al mundo con un montón de miedos: miedo a volar principalmente, a dejar el nido que mi madre construyó con mucho esfuerzo.
Ella y mi abuela me enseñaron que en cualquier momento todo podría derrumbarse, que los peligros estaban por todos lados y luego me dijeron: “es hora de abrir tus alas y salir a ver el mundo”, y por supuesto que tuve pesadillas en las noches.
Vine al mundo a sufrir, o al menos eso creí por mucho tiempo.
Con mis alas débiles y mi miedo a mirar abajo para ver qué tan alto estaba.
Con mi eterno anhelo por un amor que me viera por mí y todos lo que acepté con tal de tener algo. “Aunque sea poquito es mejor a nada”
Con mis ganas de cantarle al mundo mi historia pero con temor a que nadie me escuchara.
Con mis sueños que no se volvieron realidad por miedo al fracaso.
Vine al mundo a sufrir, o eso escuché y viví por mucho tiempo, y sé que también mi mamá y mis abuelas tuvieron este pensamiento recurrente.
Así que un día decidí acabar con mi sufrimiento: ya no quería seguir viviendo con las migajas del amor de los demás, ya no quería seguir escuchando “no eres suficiente para mí”, “no puedes”.
Volé lo más alto que pude, al árbol más alto que encontré y me lancé en picada, sin abrir mis alas ni mis ojos.
Todo pasó rápido, sentí mi último suspiro, y todo se volvió negro.
Desperté en un lugar que no conocía, desperté y me cegó una luz, luego que mis ojos se adaptaron logré ver la silueta de una mujer muy muy cerca de mí, me espanté mucho y traté de escapar rápido pero me estampé contra una especie de malla.
“¿Dónde estoy?” grité una y otra vez. La mujer me miró y me mostró sus dientes. Me asusté tanto que traté de escapar de nuevo, pues presentía que esa mujer me iba a comer. La mujer en vez de hacerme daño me dio agua y alimento cada día, y así, poco a poco me di cuenta de que no estaba en peligro. Todos los días al amanecer me cantaba una canción que siempre me hacía sentir mejor, decía algo así:
Todo va a estar bien, pajarito colibrí
Ya no tengas miedo de vivir
Todo va a estar bien, pajarito colibrí
Tú llegaste al mundo para ser feliz
Así, un día decidí contarle mi historia y todo lo que vi hacer a mi madre y lo que ella vio hacer a mi abuela:
Todos los días se arrancaban plumas de todos lados y me decían que eso era lo que un día tendría que hacer cuando tuviera una pareja: porque es más fácil no abandonar de esta manera, sin plumas en las alas que les permitieran volar. Yo las vi destruirse a sí mismas con convicción, todo con tal de seguir en el mismo lugar, aceptando todo sin cuestionar.
La mujer me escuchó con cariño y me dijo que nadie, nunca debía sufrir por amor, que el amor verdadero estaba dentro de mí, y que cuando lo encontrara, vería al mundo de diferente manera.
Lloré mucho entendiendo todo lo que venía cargando por generaciones. ¿Cómo no iba a sentirme vacía y sin sentido? Con ganas de dejar todo atrás y no volar jamás.
Poco a poco empecé a volar de nuevo, la mujer tenía un jardín hermoso donde podía jugar y bailar. Empecé también a cantar con ella en las mañanas y un día supe que estaba lista…
Para salir y conocer el mundo, para dejar los miedos atrás y amarme a mí primero.
Di las gracias a la mujer, ella me dio un pequeño beso y me dijo que siempre podría regresar a su hogar.
El día que decidí que no quería seguir viviendo me cambió por completo. No estaría aquí ahora, quién sabe por qué cosa estaría sufriendo al lado de mi madre, ambas cómplices en nuestro dolor.
En cambio, ahora canto todos los días, y le enseño a todas las criaturas que conozco sobre el amor propio que todo lo cura.
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