Puedo imaginar las caras que pones,
cuando lees ciertas cosas
que no te gustan.
Sé con cuáles
estás en desacuerdo
y en cuántas me apoyarías.
También sé que mi actitud derrotista
no te va a impresionar
porque a ti la víctima
nunca te ha importado más allá del disparo.
Ya lo sé.
Pero no puedo evitarlo.
No escribo para llamar tu atención,
sino para salir viva de ti.
Y aunque te parezca una exageración,
sólo yo sé cómo te miro
cuando no te miro.
Sé que sigues vivo en mis poemas
porque escribirte es mi forma de no escribirte,
porque aún quiero tenerte cerca un poco más,
porque, aunque lo creas, esto no trata
sobre el dolor ni sobre el drama,
sino sobre haber sido los mejores
sin habernos dado cuenta de ello.
Así es como sabe la victoria.
Pero tal vez ese haya sido el precio
que hemos pagado los dos:
yo me aferré de un hombre que me hacía escribir
y tú te dejaste caer, beso a beso,
en una mujer que escribía sobre ti.
Por eso, no sé cuál de los dos
ha salido perdiendo.
Pero sí sé que cada vez
que apareces en un verso,
me compensa la mala cara que pones,
me compensa que me odies,
me compensa que te entren ganas de matarme,
porque la poesía,
al fin y al cabo,
fue lo que nos unió en su día
y lo que nos volverá a unir
cada vez que me leas.
viernes, 28 de junio de 2019
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