Un día despertamos y ahí, al lado de la cama, en nuestra pequeña mesita estaba el reloj que me había estado atormentando por meses, los dos nos miramos y supimos de inmediato qué quería decir: se había acabado. No más besos ni abrazos ni desayunos ni bailes, no más noches juntos ni risas ni libros ni baños, no más pizza y vino barato, no más canciones ni momentos juntos. Algo dentro de mí se murió, explotó, y se rompió a la vez. Abracé por primera vez a mi amor, como no lo había hecho en mucho tiempo, y sentí que por más que quisiera aferrarme, ya nada podía hacer para arreglarlo: el amor había anunciado su partida hacía tiempo, y ahora, una vez que decidiéramos ver el reloj, todo acabaría, tendríamos las horas contadas.
Pero en nuestro abrazo, algo dentro de mí habló:
-No miremos el reloj.
-¿Qué dices?
-Sé que nuestro tiempo está por acabarse, sé que nos vamos a separar un día, pero prefiero no saber cuándo, si no lo vemos, será mejor, ¿no crees?
-Se nos está acabando el tiempo ahora mismo.
-¡No lo entiendes!, prefiero ser una cobarde a contar las horas, aprovechemos el tiempo que nos queda, ¿quieres?
Y mi amor sonrío.
Al comienzo todo estaba bien, y cómo no iba a estarlo, si nos conocimos y al mes ya estábamos viviendo juntos. Fue algo mágico, cómo encontrar algo que andabas buscando por meses, años, como si finalmente el corazón dijera "estoy latiendo al ritmo de cada canción que escuchas". Y así fue: las mañanas con él eran lo que siempre había soñado, con besos al abrir los ojos y desayunos bailando y libros compartidos, y en las noches historias acerca de cada uno de los detalles de nuestros días, y pasión, mucha pasión. Pero es que todo lo que empieza debe acabar y entonces un día, lo sentí en los huesos: era el amor anunciando su despedida, y es que luego de 1 año, estábamos aburridos, las cosas ya no parecían tan emocionantes como antes y las peleas, oh, por dios, las peleas me volvían loca. Prefería taparme los oídos como una niña pequeña a seguirnos escuchando, porque nada tenía sentido. ¿A dónde habíamos ido?, ¿en quién nos habíamos convertido?
Todo esto suena como algo bastante cliché, ¿no es así?, y lo peor de todo es que lo era, y yo lo sabía y me sentía completamente impotente al no poder arreglar las cosas.
No era como si alguien hubiese sido infiel, nadie dijo palabras hirientes y no teníamos nada que reprochar: éramos la pareja perfecta para los demás, pero ahí, en medio de una cama que parecía la mayoría del tiempo un campo de batalla, estábamos estancados y no podíamos ver la forma de salir.
Un día desperté y lo sentí aún más fuerte: era como el ruido de un reloj de esos antiguos, y era como si lo tuviera en mi oreja en todo momento, siempre recordándome "les queda poco tiempo", y, ¿qué hacía?, sentía que me estaba volviendo loca, y las peleas, los gritos, estaban presentes cada vez más, cada día, cada noche, me iba a dormir con lágrimas en los ojos y frustrada.
Y entonces se me ocurrió una idea, y es que el sonido del reloj no me dejaba en paz, y entonces, empecé a ignorarlo de la misma manera en que ignoraba nuestras peleas: me ponía las manos en las orejas y cantaba "la, la, la", como una niña pequeña.
Y como las canciones de amor que al principio cantábamos y nos sabían a miel, pronto mis intentos de parar el ruido también me supieron amargos. Un día las lágrimas solo cesaron, un día mis cosas estaban empacadas y salí de nuevo al mundo, a enfrentar demonios más grandes: ¿quién era yo después del amor?
Supongo que cuento todo esto porque el otro día vi a quien un día fue mi amor caminando por la calle, y por primera vez sonreí pensando en lo que vivimos. Los tiempos del amor son extraños, pero a la larga, tienen sentido.
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