En marzo de 2020 mi padre subió al techo a revisar su antena de televisión, porque pensó que había algo mal con ellas, debido a que desde hacía ya días el cable no servía y solo había estática en su tv. Para su mala suerte, no encontró nada anormal, así que tuvo que regresar tristemente a su sala donde se sentó en su sillón blanco y esperó a que la cena estuviera lista. Era su costumbre: regresar del trabajo y sentarse a ver lo que fuera: una película, las noticias o el partido de fútbol, mientras esperaba a que mi madre terminara de cocinar y finalmente anunciara: ¡la cena está lista, apaga esa tele y vente a comer!
Mi padre se preguntó qué podría hacer en vez de mirar la tv, ¿qué hacía la gente antes?, ¿limpiar? miró a su alrededor y la casa estaba bastante impecable, y es que mamá tenía un raro miedo a los gérmenes y jamás dejaba pasar un día sin sacudir, barrer, trapear y pasar un trapo con cloro y pinol por toda la casa. ¿Qué podía hacer?, ¿leer el periódico?, demasiado aburrido, ¿ayudar a mamá con la cena?, ni hablar, eso solamente lo dejaría con dolor de cabeza. Así que optó por hacer lo que solo hacía en caso de total emergencia:
-Vieja, ¡voy con José a ver las noticias, me echas un grito cuando la comida esté lista!
Nada nuevo en el mundo: robos y asaltos por doquier, politicos haciendo de las suyas, niños cantando y bialando, pero pronto notó que había algo de lo que no paraban de hablar: un virus raro apoderandose del mundo, con un nombre aún más raro y amenazando con dejar a todos en casa.
-Seguro no pasa nada - dijo José y cambió de canal.
Pero ahí estaba de nuevo: el virus esparciéndose, el miedo también.
Papá volvió a casa antes de que mamá tuviera lista la cena, prendió el estereo y subió el volumen.
-¡Bájale! estoy hablando con tu hijo.
-Pásamelo.
Entonces papá y yo hablamos de cosas generales: cuándo sería mi próxima visita a casa, para cuándo iba a proponerle matrimonio a Mónica, cómo iba el trabajo.
-Parece que este virus es en serio. En la última semana ya despidieron a seis de mis compañeros.
-Nunca pasa nada hijo, tú tranquilo.
-¿Estás escuchando a soda estereo?, ¿cuántas veces al día escuchas las mismas canciones papá?
-Ya sabes que son mi banda favorita, ok, hijo, tengo que irme porque tu mamá ya me está haciendo señas de que es hora de ir a cenar, nos vemos cuando pase el temblor.
-Adiós papá.
Yo estaba viviendo en Indio, California, trabajando como programador para una empresa gigante, y yo paraba de escuchar los rumores: pronto todos estaríamos desempleados, sin dinero y sin papel de baño.
Para abril el mundo ya no era el mismo que antes, apenas y podía conseguir salir de casa una hora al día, hablaba con mi papá a diario, siempre con música de Soda Estereo de fondo y mi mamá cocinando. Por suerte ya había comprado otra antena y ahora podía ver la televisión, pero según él se había acostumbrado a ir a casa de José, luego regresaba a casa a hablar un rato conmigo y a cenar.
"¿Cuándo vas a venir a casa?" me repetía una y otra vez, y aunque yo había mirado constantemente vuelos, no me había decidido aún.
En junio mi papá se enfermó, lo noté cuando un dia no paraba de toser y mi mamá tuvo que gritarle para que dejara el celular y tomara su medicina. Un día simplemente ya no me respondió y después de varias llamadas a mamá, finalmente me dijo que mi papá tuvo que ir a que lo checaran al hospital, pero que ya estaban en casa. Me lo pasó y pude hablar un poco con él.
-¿Seguro que estás bien papá?
Me aseguró que se sentía bien y no era más que una tos común, pero yo estaba preocupado. Terminó su llamada con "nos vemos cuando pase el temblor", y colgamos.
Esa fue la última vez que hablé con él. Al día siguiente mamá me llamó desconsolada y yo no lo podía creer. Compré el vuelo más cercano y finalmente volví a casa.