lunes, 13 de octubre de 2025

Ríos

En un lunes nublado y lluvioso me siento a escribir junto a la ventana mientras miro a los pájaros refugiarse, a los perros ladrar mientras los rayos alumbran un poquito el cielo y a las personas correr para no ser alcanzados por las gotas.

La lluvia no es más que un recordatorio de que incluso el cielo necesita descansar de sus colores, de que los árboles y el campo gritan por agua y al fin son escuchados, de que los ríos quieren volver a encontrarse con el mar después de una temporada sin verse, llena de anhelo.

Mientras pienso en las pérdidas que tuve este mes también pienso en las oportunidades que seguramente vendrán después que pase la tormenta, porque no puede llover para siempre y este dolor no puede permanecer en mí tampoco.

Le doy un espacio como el mar le da espacio al agua del río; la acoge y le da lugar entre sus creaturas mientras la lluvia sigue cayendo. Así yo, me dejo descansar mientras las gotas de agua se confuden con las que caen desde mis mejillas. 

A veces hace falta un día en que la tormenta lo limpie todo; que permita finalmente unir los mares con los ríos, al anhelo de los recuerdos con las lágrimas que me dicen que pronto saldrá el sol.

miércoles, 8 de octubre de 2025

Mi abuela Severiana

Hace semana y media mi abuela se puso mala, bastante grave. Le dio un infarto y la llevaron al hospital en la madrugada, ahí automáticamente la intubaron para ayudar a sus pulmones que además de todo traían agua. Le dijeron a la familia que mi abuela necesitaba una operación de corazón, pero que no aconsejaban ya hacersela porque no iba a aguantar con su situación.

Supe que era hora de empezar a pensar que mi abuela no iba a sobrevivir.

Mi abuela siempre fue una guerrera. Fue una de siete hermanos, se crió en la Peñita de Jaltemba, que está a 30 minutos de mi pueblo, y se casó con mi abuelo a los 21 años. Recuerdo que esto me impactó mucho porque la mayoría -sino todas las mujeres de mi familia se casaron o tuvieron hijos más jóvenes. Mi abuela tuvo a su primer hijo a los 22 años. Tuvo 9 hijos en total, dos fallecieron al poco tiempo de nacer. Ella los crío a todos sola porque mi abuelo nunca estuvo presente más que para volver a embarzarla y luego irse de parrandas.

Así que salió adelante como pudo: vendiendo elotes, vendiendo hot dogs y hamburguesas. Los recuerdos de mi infancia con ella son usando su horno para hacer galletas en navidad y que siempre salían casi negras de lo quemadas que estaban, pasar tiempo con ella ayudándole a organizar su refri, que los domingos de ramos siempre traía una vara y nos perseguía para pegarnos "para que creciéramos fuertes y altos". Mi abuela era una mujer religiosa; siempre viendo la misa en la tele o yendo a la iglesia a rezar.

En sus últimos días, aunque le costaba mucho caminar no dejaba de ir a la iglesia. Siempre tuvo fe en que se iba a poner mejor, pero vivía en decadencia y con dolor; nunca fue una mujer ordenada y cuando quería limpiar ya no podía agacharse o barría pero muy despasito. 

Mi abuela murió ayer, después de 11 días de lucha su cuerpo ya no aguantó más. No pude ir a verla al hospital porque no dejaban visitarla, no pude despedirme de ella porque el último día que estuvo bien solo la vi de reojo y le dije adiós con la mano. He pensado mucho en qué pude haber hecho diferente, si le hubiera preguntado algo, ¿hubiera hecho diferencia?, ¿me hubiera dicho que se estaba sintiendo mal?, ¿su infarto podía haberse prevenido?, no lo sé, pero son cosas que pienso y pienso.

Abuela, te voy a extrañar. Te quiero, por siempre.