martes, 28 de junio de 2022

El Sandwich

Había una vez una ciudad grande, donde había un gran parque rodeado de pinos, y cada año en junio se celebraba un gran banquete.
La gente se preparaba durante semanas: la dieta comenzaba a hacerse más estricta. “Hay que guardar espacio para toda la comida que está por venir”, decían, incluso había gente que solo comía una vez al día.
Nadie recordaba ya de dónde había surgido la tradición, pero incluso los niños en las escuelas se emocionaban pensando en la gran cantidad de comida y dulces que comerían. A los maestros les encantaba el banquete, porque durante la semana, aprender el alfabeto era lo menos importante en su agenda, ellos también fantaseaban con los manjares que estaban por venir.
En las granjas los animales no hacían más que llorar, porque aunque no podían explicarlo, sabían que pronto sus vidas llegarían al final. A los cerdos ya no les cabía una manzana más en el estómago, las vacas llenaban cubos enteros de leche cada hora y las gallinas ponían uno, dos, tres huevos al día.
Los peces en el arrecife empezaban a rezar, porque sabían también que pronto las redes llegarían, y las aguas se teñirían de rojo.

Sin lugar a dudas, el banquete era una celebración digna de ser recordada, de un extremo al otro de la ciudad, la gente susurraba: “no puedo esperar más”, incluso los enfermos del hospital bailaban al ritmo de canciones alegres, no importaba si pronto ibas a morir, no importaba si tenías cáncer, un tumor terminal o hepatitis, el banquete estaba por llegar.

En una pequeña bodega en el centro de la ciudad, estaba El Chef, el hombre encargado de dar vida al banquete. Todos en la ciudad conocían al Chef, quien se convertía en el hombre más importante durante todo el mes de junio
Él se pasaba las horas estresado, porque quería que todo estuviera perfecto, ah, pobre Chef, cada año decía lo mismo: “este año renunciaré”, pero jamás lo hacía, porque en el fondo, le encantaba la atención que recibía, incluso si era por unas cuantas semanas.

Finalmente el banquete está listo y la ciudad hace fila, todo es al aire libre, en un parque lleno de árboles de manzanas, así que cada quien trae una manta, platos, cubiertos y vasos. Los niños corren y amenazan con tumbar las pilas enormes de arroz al piso.
El chef hace el anuncio a través de un micrófono en el centro del parque:
“Bienvenidos, queridos amigos, espero que todo sea de su agrado, ahora ¡A COMER!”

Al final de la enorme mesa, esperando a ser devorado, se encuentra un sándwich de jamón de pavo. Mira alrededor y ve sus platillos vecinos: paella, filete de res, berenjena rellena de queso cotija, y el sándwich sonríe. Recuerda cómo fue creado en la mañana por una chica muy guapa de pelo negro y ojos grises, cómo ella lo envolvió en papel transparente y cuando estaba montando los demás platillos, lo dejo casualmente junto a ellos, luego, un hombre le habló y ya no volvió a verla.
Ahora, ve un montón de caras nuevas: gente pequeña y grande, gente con grandes barrigas y tan flacos como un palo. Todos con sus platos en la mano eligiendo montones de comida, sonriendo y dando brincos de emoción la mesa es tan larga, que el sándwich tiene que esforzarse un montón para tratar de ver hasta el final, pero no lo logra, le parece un poco perturbadora lo que ve: personas devorando como si no hubiera un mañana.
El sándwich no puede esperar a que alguien lo tome y lo coma, pero las horas pasan, y todos parecen ignorarlo.
“¿Por qué nadie me elige?”, le pregunta al filete de res, que ahora es tan pequeño como él.
“¿Estás bromeando?”, le responde, “Este es un banquete y tú no perteneces aquí”
El sándwich queda sorprendido, pero no le cree al filete, piensa que seguramente estaba celoso de su relleno de jamón.

A la mitad del parque, el chef habla con todos los invitados, o con los que puede, porque todos se amontonan para felicitarlo por la comida tan deliciosa que preparó, él sonríe pero solo tiene una cosa en mente: “¿¡A que hora podre comer?!”, avanza entre la multitud, pero de una u otra manera, termina hablando con más y más personas. Mira a su alrededor y solo puede ver el montón de gente comiendo y disfrutando, y finalmente suspira, sabe que es siempre así cada año: terminará comiendo sobras.

Pasan 5 horas, y el banquete llega a su fin.
Los ayudantes del chef empiezan a recoger las cosas que habían quedado en la mesa: sobras de comida, platos y vasos olvidados.
Al final del día, el chef estaba exhausto, habló con todos los invitados y no tuvo tiempo de comer ni un solo bocado, así que corrió a la mesa en busca de algo, pero sus ayudantes ya habían tirado casi todo. El chef decepcionado pensó que tendría que ir a algún restaurante que de casualidad estuviera abierto en ese día: no tenía muchas opciones.
En la mesa gigante, a lo lejos ve un pequeño sándwich envuelto en papel transparente. No es nada especial, pero el chef estaba tan hambriento, que lo tomó con ambas manos y lo devoró de dos mordidas.

Tanto el chef como el sándwich, finalmente quedaron satisfechos.

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