jueves, 17 de octubre de 2024

La campana de cristal

 En muchas ocasiones en mi vida he tenido la campana en mi cabeza, tapando, nublando mi vista, haciendo todo más bien como una mancha borrosa. Cuando eso pasa no me queda más que irme a la cama y pasar ahí varias horas, contemplando, "¿qué está mal?", "¿por qué no puedo crear nada digno?", "¿esta es la vida que siempre soñé?"
En el árbol de la vida tomé la manzana equivocada quizás, pero ya es muy tarde, muchas de las otras manzanas se echaron a perder y se me fueron oportunidades para siempre, ¿dónde podría estar ahora de haber tomado una diferente? nunca lo sabré. 
También hice cosas ridículas como dejar de comer por semanas, porque no tenía ganas de seguir viviendo, porque todo lo que hasta ese momento consideraba real se hizo pedazos de la noche a la mañana.
Nunca estuve en un psiquiátrico, nunca tomé medicinas, simplemente algo en mí cambió, como un rayo de luz que viene por la mañana y se cola por la ventana y te abraza mientras te dice que todo estará bien.

Aún así la campana de cristal nunca se va por completo, me sigo preguntando si estoy donde se supone que debería de estar a mis casi 31 años.
Sin hijos, sin un anillo en el dedo corazón.
Pero quién dicta las normas, y quién no me asegura que en alguna vida pasada no fui una mamá miserable, y en esta vida tengo la oportunidad de vivir cómo antes había deseado: sin hijos.

No sé por qué me identifico tanto con el sentimiento de la tristeza, estar al límite, o querer pasar días enteros en la cama o estar en lo alto de una montaña; es todo un extremo o nada. Pero aún así estoy bien, pensando en las posibilidades infinitas que tengo en la vida, luchando para que la campana no se pose de nuevo sobre mí, hay algo que me persigue, un sentimiento como de nostalgia por todas las vidas no vividas.

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