No puedo dejar de pensar acerca de todos los cambios que últimamente he experimentado, ya me perdí, cambié completamente de piel y ahora cuando me veo al espejo veo a alguien que se parece a lo que solía ser, pero que definitivamente no es la misma.
Quisiera que esto fuera menos complicado: levantarme y saber que puedo estar con la persona que quiero sin ninguna dificultad, no tener que poner mil alarmas para no olvidar que a final de cuentas tengo que irme, que no pertenezco aquí.
Y cuando los adioses llegan sé que también lo hace la sensación de tranquilidad, de paz.
Me la paso pensando en los momentos que me voy a perder por estar lejos, y al parecer todo lo que habita en mi mente es su recuerdo: su voz, la entonación que pone al decir mi nombre, la suavidad de su piel, su olor, la manera tan tierna que tiene de quedarse dormido, su aliento, el labor de sus labios, su pelo al despertar, cómo parece que nada en el mundo importa cuando estoy con él.
Nada de esto es fácil.
Enamorarse en mi mundo equivale a perder la batalla. Sé que todo esto tendrá un final, y no sé cómo o cuándo, pero sé que lo tendrá.
Mientras tanto, paso los fines de semana como una adolescente que se ha enamorado por primera vez, cometiendo las más grandes locuras de amor, saliendo de casa a altas horas de la madrugada, incluso no llegando a dormir.
Miro atrás, miro al momento en que lo vi entrar por aquellas puertas y me digo:
"¿Acaso imaginaste lo mucho que ese chico iba a significar?"