Ella va a casa después de un largo día en el trabajo, ella se sienta en el sofá verde y grande, que se amolda a su cuerpo y la hace sentir como en los brazos de mamá, brazos que no ha sentido por años. Piensa en qué hará, apenas y son las 7pm, el sol brilla afuera, el mundo sigue girando en medio de un montón de estrellas, escucha a los niños jugando afuera, un grito, un poco de llanto, dos niñas brincando, y ella ahí, en el mismo lugar donde todo empezó meses antes.
Juan no le gustaba al principio, Juan parecía todo menos el
tipo de hombre que ella quería, pero poco a poco se fue enamorando, primero
juntos haciendo las tareas de la universidad, luego quedando para ir al cine y
finalmente besándose en ese sofá que mantenía tantos secretos en su interior.
Miró de nuevo el mensaje en su celular, “¿Vienes hoy?”,
enviado a las 12pm, justo después de su clase, Juan estaba a unos metros de
ella, estaba tomando otra clase, sabía que saldría a las 3 de la universidad y
luego iría a trabajar, pero su rutina era verse cada día después del trabajo,
ver una serie, una película, hacer el amor, leer el capítulo de un libro antes
de dormir, hacer el amor otra vez, quizás, una cena barata, y dormir en sus
brazos. Estaba acostumbrada a esa rutina que habían creado juntos durante casi
un año, y de repente, no había respuestas. Juan no era así, algo había cambiado,
ella lo sabía. Supo casi instantáneamente que Juan iba a dejarla, que las
noches a su lado ya no eran tan felices como antes, “no quiero ser como esas
parejas que se quedan juntas y son miserables”, le había dicho un día de otoño
y quizá solo estaba cumpliendo su promesa.
Miró de nuevo por la ventana, quizá habían pasado solo 5
minutos pero le pareció una eternidad. La notificación la tomó por sorpresa y
el mensaje le dio un pinchazo en el corazón, que duró tan solo una fracción de
segundo, pero dolió como mil años. “No puedo hacer esto, ya no soy feliz”
Ella cerró los ojos, se imaginó cómo hubieran sido las cosas
si hubieran funcionado, si de alguna manera el destino hubiera sido bueno con
ella y le hubiera dado lo que quería: a Juan por toda la vida. “Pero a veces la
vida no te da lo que quieres, sino lo que necesitas” pensó. Y entonces la vio
entrar en la habitación, con su vestido blanco y casi transparente, con sus
piernas largas como la noche y sus ojos hundidos y grandes como aceitunas.
Sonrió cuando la vio y ella sonrió de vuelta “mi eterna compañera”, le dijo y ella respondió diciendo “estaba esperando a que Juan se fuera, pero siempre he estado contigo”. Le abrió
los brazos y la invitó a sentarse con ella en el gran sillón verde, cuando la
tuvo en sus brazos no pudo hacer más que llorar.
“Siempre estaré aquí para ti” le dijo la Soledad, y ella
agradeció en silencio. Juan se había ido, pero Soledad había llegado justo a
tiempo para consolarla.