Y mi teclado ya tiene telarañas, en serio. Pienso y busco en mi mente por alguna pizca de creatividad, alguna historia aún por ser contada, y nada, nada aparece. El interior de mi cabeza es tan solo un espacio en blanco donde ya nada decora las paredes, y no hay música, no visitantes, tan solo yo buscando sin encontrar.
No he escrito en tanto tiempo que incluso las palabras logran espacarse de mi mente, salen corriendo y no logro atraparlas.
Hay un vacío que no se llena, donde antes había arte y palabras ahora solo quedan rastros, memorias de un tiempo cuando el tiempo sobrba y las musas venían a mi danzando, felices de ser abrazadas por mis dedos, felices de ser plasmadas en algo que sobreviviría para la eternidad.
Pero ya no hay nada.
Quizá fue el tiempo quién se aburrió de esperarme. Quizá las manos se me cansaron demasiado de solo estar ocupadas en otros asuntos. ¿Cómo podría el arte sobrevivir en una mente en constante ajetreo?
No he escrito porque no he querido. Porque las palabras ya no venían a mí como antes, quizá ofendidas porque en vez de pasar tiempo con ellas, pasaba mi tiempo en cosas sin sentido, entretenida en una pantalla que no me ofrecia más que basura.
Adiós, pues, porque ahora tendré que descansar, darle tiempo al miedo, para que se vaya despacio a su cueva donde duerme tranquilamente una vez que vuelvo a enfrentarme a una hoja en blanco, darle tiempo a la pereza para que se vaya a relajar un rato.
Hasta entonces.
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