La parada del bus estaba llena de gente y estaba empezando a llover, así que me moví una cuadra arriba solo para no quedarme sin lugar, y también para evitar mojarme demasiado, pues no llevaba paraguas. Ese día tenía puesta una falda verde, una blusa blanca y tenis deportivos, para cubrirme del frío una chamarra de piel. Tenía mis audífonos puestos, escuchando una de esas canciones cursis que se ponen de moda y no te puedes sacar de la cabeza cuando de pronto mis ojos no podían creer lo que veían.
Ernesto estaba al final de la calle, caminando en mi dirección. Pensé que nunca lo volvería a ver después de nuestra ruptura repentina, o al menos eso es lo que había deseado desde hacía meses, en una ciudad tan grande es poco problable que te cruces con la misma gente dos veces, pero ahí estaba él.
Conocí a Ernesto cuando yo aún no había encontrado trabajo y le ayudaba a mi mamá en su papelería por las tardes, él estaba estudiando artes y siempre llegaba corriendo y preguntando por materiales de los que yo nunca había escuchado hablar y después de clases, cuando yo ya estaba por cerrar se quedaba a platicar conmigo, y así, poco a poco me acostumbré a su presencia.
Tenía un aire como a Ricardo Arjona y yo siempre le pedía que me cantara alguna canción o me compusiera algún poema, pero en vez de eso recibí una y otra vez pinturas que hacía “pensando en mí”, decía que yo era la musa que no sabía que necesitaba. Mi mamá me advertía que el amor joven no podía durar demasiado y yo me reía en su cara, porque sabía que solo estaba celosa de que todo mi amor ya no fuera solo para ella.
Ernesto tenía 20 años, yo 19, apenas un año menor pero no había tenido la suerte o las ganas para ir a la universidad, él me decía constantemente que debería al menos intentarlo, con mi amor por la música, pero a mí el mero pensamiento de volver a un salón de clases me daba nauseas.
Cuando estás enamorada hasta los más pequeñitos detalles te parecen increíbles, como una noche cuando mirando las estrellas Ernesto sacó de su mochila una rosa y me besó mientras yo cerraba los ojos, intentándo hacer que el momento no se terminara.
“No tienes idea de lo mucho que te quiero” me dijo.
“En el mundo no cabe tanto amor” respondí, “si hubiera un récord, ya lo hubiéramos rompido”
Desde entonces, todos los días me llevaba una rosa a la papelería o a cualquier lugar donde acordaramos vernos. Mi cuarto se lleno de floreros, el olor a rosas inundaba toda la casa y volvía a mi mamá loca, pues ella es que tenía que cambiarles el agua, luego me dio la idea de secarlas poniédolas en libros, así que su librero empezó a llenarse un poco más cada semana con los que encontraba en bazares y mercados.
Cuando el verano llegó y Ernesto salió de vacaciones me dijo que tenía que volver a casa por una semana, antes de irse me dejó rosas en mi ventana, una por cada día en que no estaría.
Salió de la ciudad en uno de esos autobuses que parecen estar a punto de deshacerse y como siempre, antes de darme un beso me pidió permiso, yo no podía evitar reírme.
“Te salen más baratos los besos que las rosas, y aún así me pides permiso…”
La semana pasó tan lentamente que me obligaba a no ver el reloj a cada minuto, mi mamá me quitó el celular más de una vez, pues lo veía todo el tiempo con la esperaza de que Ernesto me hubiera escrito o llamado. Pero los días pasaban y yo me encontraba con un nudo en la garganta y el hambre se me había ido lejos, mi mamá tenía que rogarme para que comiera algo, habían pasado tres días y Ernesto no había dado señales de vida. Finalmente, al cuarto día me llamó por la noche disculpándose diciéndo que había tenido una cena y desde entonces se había sentido mal y no había dejado la cama, le dije que lo sentía y que esperaba que se mejorara pronto, hablamos un poco más de cosas triviales hasta que me quedé completamente dormida con el celular en la mano.
Al día siguiente convencí de que todo estaba bien, incluso le conté a mi mamá sobre Ernesto sintiéndose mal, ella solo alzó las cejas.
Dos días después, y de nuevo no había escuchado de él, ni un mensaje.
"¿Quién no tiene tiempo ni para mandar un mensaje en estos tiempos?" me decían mis amigas, quiénes también empezaban a sospechar que algo no andaba bien.
Ernesto llegó el lunes, después de tres días de silencio llegó a mi casa con una rosa en la mano, además, era nuestro aniversario de 6 meses desde que nos habíamos conocido, yo estaba emocionada y a la vez molesta con él, pero en cuanto lo vi cruzando la puerta, toda mi preocupación de fue. Me besó con fuerza y me tomó en sus brazos para luego mirarme largamente.
"Eres tan hermosa" dijo, "no puedo creerlo"
Yo me sonrojé. Fuimos al jardín donde puse una sábana y nos acostamos viendo a los pájaros en los árboles. Ernesto no dejaba de mirarme de forma extraña, y parecía que en cualquier momento se iba a poner a llorar.
"¿Estás bien?"
Me tomó de las manos y cerró los ojos.
"Creo que debemos terminar."
Y así, en el momento que menos pensaba, me lo topé de nuevo, casi un año después, en esa esquina donde estaba evitando la lluvia, pero aún así mi cara estaba mojándose, lo que fue bueno, porque pude disimular a la perfección mis lágrimas, pues Ernesto no iba solo, sino acompañado de una chica casi tan alta como él y de ojos azules. Busque su mirada mientras iba cruzando camino conmigo pero en ningún momento volteó a verme, estaba completamente hipnotizado.
Quizá sea un poco tonto, pero desde ese viernes, no pierdo esperanza y me vuelvo a parar en la misma esquina, con la esperanza de que vuelva a pasar.
Quizá un día vuelva a tener mi cuarto lleno de rosas.
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