Sin querer, y sin darme cuenta en absoluto, fui cayendo lentamente dentro del pozo. Un día simplemente desperté ahí, y como estaba tan cegada por mis sentimientos, no le di importancia, pensé "puedo salir fácilmente", pero los días pasaban y yo estaba más y más abajo, no sabía cómo, pero al despertar siempre me encontraba a mayor profundidad.
Y es que ese pozo estaba maldito, maldito por las promesas sin cumplir, por las palabras que nunca escuché, por las mentiras y los engaños. Y yo, yo estaba viviendo cómodamente en él, como si no fuera la gran cosa.
La situación era esta: yo no habría salido jamás por mi cuenta, yo quería seguir viviendo ahí, me encantaba, incluso si vivía en condiciones miserables, incluso si solo de vez en cuando la persona que amaba se asomaba y me aventaba las migajas de lo que le había sobrado de su amor, y yo las recibía con los brazos abiertos. Y es a que a él le encantaba; teniéndome en la situación perfecta, siendo libre mientras yo ni siquiera podía asomar la cabeza, respirar aire fresco.
Y todos los demás me lo advertían: "¡Debes salir de ahí!, ya no eres tú misma, haz cambiado, te está matando", pero mis sentimientos también me volvieron sorda y no le di importancia a aquellas palabras, a los gritos desesperados de mis amigos.
Una parte pequeñita de mí, tal vez la única que aún mantenía la cordura, no se cansaba de pedirme que por favor renunciara a las ilusiones que me mantenían encerrada en aquel pozo y yo la callaba constantemente, porque no me gustaba como sonaba aquello: "Serás libre", ¿libre de qué?, ¿libre para qué? si a fin de cuentas estaría sola.
Y no me daba cuenta de lo mucho que estaba perdiendo: amigos, momentos, recuerdos, pero sobre todo, a mí misma.
Pero como todo, hay un punto límite, y el mío llegó con el tiempo, cuando me di cuenta que la persona que amaba, por la que me resistía a salir, ya no iba a visitarme, ya ni siquiera se interesaba en mí, pensé "¿Qué pasa?, ¿por qué me hace esto?", y ahora me doy cuenta de la ingenuidad de aquellos pensamientos.
Creo que tal vez me resigné, pasé las noches llorando sin algún consuelo, llenando mi corazón con ilusiones falsas, porque pensaba que tal vez así lograría sobrevivir. Pero el tiempo pasaba, y yo estaba comenzando a sumergirme más y más en la oscuridad, había olvidado como se veía la luz del sol, como se sentía ser libre.
Hasta que una noche sentí como algo estaba cambiando: oía ruidos arriba, alguien estaba trabajando cerca del pozo y el eco de aquellos sonidos llegaba hasta mí. "¡Hey, ¿qué está pasando!" gritaba yo con desesperación, pero nadie me respondía, así que lo dejé pasar, ya nada me podría hacer daño: estaba casi por morir.
Desperté una mañana a principios de este año y ahí estaba, era magnifica, era bella, era una escalera de soga y madera que alguien había construido para mí. Me resistí al principio a creer que alguien se hubiera tomado el tiempo y el esfuerzo para hacer algo tan hermoso, y que lo hubiera hecho por mí lo hacía aún más increíble, pero es que ahí estaba, ante mis ojos, y yo no lo podía creer. Me constó muchísimo esfuerzo subir, pues estaba a una gran profundidad, pero de alguna manera todos mis amigos me ayudaron a lograrlo. A veces quería desistir, "¿para qué quieres volver allá afuera, para que te hieran de nuevo?" me preguntaba constantemente, pero de alguna manera, mis seres queridos estuvieron apoyándome a lo largo del camino, "serás feliz de nuevo" me decían y yo sonreía con lágrimas en los ojos.
Una vez que estuve afuera las dudas no dejaban seguirme, "¿y si mejor regresas al pozo?, es ahí donde perteneces". Pero poco a poco comencé a ignorarlas, y el sonido de sus hirientes palabras terminó por convertirse en el sonido del viento; ya no me molestaban en absoluto.
Pregunté a todos los que conocía quién había hecho la escalera que me había dado la libertas, pero nadie parecía saberlo, o nadie lo admitía. Llegué a pensar que tal vez alguien se había equivocado de pozo, que me habían salvado por error. Pero agradecí a aquel desconocido que trabajó por noches seguidas para ayudarme.
Y un día, cuando las cosas parecían lo bastante normales de nuevo, cuando ya me había acostumbrado a la luz, cuando podía salir de nuevo con amigos sin sentir que en cualquier momento tendría un ataque de pánico, cuando por las noches ya no había lágrimas, él apareció. El ser que más amé en el mundo, y también el que más me hirió.
-Me alegra que estés bien -me dijo.
-¿Por qué me abandonaste así?, cuando más te necesitaba.
Y él no me respondió, lo sentí tan lejano a mí, tan increíble, como si todo el tiempo juntos jamás hubiera existido, era un completo desconocido parado ahí, frente mío. Metió su mano en el bolsillo trasero de su pantalón y sacó un papel pequeñito, que después me entregó.
-Toma -dijo finalmente, antes de marcharse.
Eran las palabras que cambiaron completamente mi vida: "Yo hice la escalera. Cuídate."
Él. Mi ángel y mi demonio, el salvador y el que me hizo prisionera.
Terminamos y comenzamos esta historia de la misma forma, como completos desconocidos. Solo que de vez en cuando, al recordarlo y traer a mi memoria los momentos felices a su lado, pienso también el tiempo que pasé en el pozo, y eso me ayuda a no querer, jamás, volver a él.
sábado, 20 de junio de 2015
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