*Cuento inspirado en: Cuántos cuentos cuento - La Oreja de Van Gogh*
Abrió los ojos pensando “otro día más”, miró hacia un lado
para comprobar que su esposo no estaba en la cama, y afortunadamente, él ya se
había ido, como de costumbre ni siquiera se había despedido, pero le había
dejado una nota en el buró, un hábito que había adquirido cuando apenas empezaban
a vivir juntos, y 2 años después, lo seguía haciendo. “Te amo”, decía la nota.
Ella sonrió y le dijo a su corazón “¿y bien?”, pero él no respondió de vuelta.
Recodaba con anhelo la época en la que podía mantener
diálogos con su pequeño corazón, él le daba consejos, y ella trataba de
seguirlos la mayoría del tiempo, pero desde que aquella situación pasó, él no
le había vuelto a hablar.
Salió de la cama, y preparó el desayuno y la comida al mismo
tiempo. Era uno de esos días grises y sin vida, aquellos en los que solía
perder el control. Sintió un poco de pánico, así que hizo aquello que siempre
la tranquilizaba: ordenar todo cuanto estuviera a su alcance. Su esposo a veces
parecía preocuparse demasiado por su obsesión con la limpieza, pero ya estaba
acostumbrado a llegar a casa y encontrársela barriendo, desempolvando,
acomodando cosas que ni siquiera necesitaban ser movidas. Él siempre le decía
que aquello no era necesario, pero ella nunca respondía. A veces se preguntaba
en secreto si él notaría que solo hacía aquello en los días nublados y grises,
pero se tranquilizaba diciéndose que él estaba muy ocupado.
Descubrió, mientras limpiaba la alacena, que hacía falta
comprar algunas cosas, y sintió que el corazón se le desbordaba del pecho. Era
necesario salir a la calle, y eso a ella no le gustaba en absoluto, su corazón
en cambio, se emocionaba tanto que daba brincos, pero claro que ella no lo
complacería.
-Lo siento, sabes que no puedo llevarte –le dijo.
Y él no respondió, se quedó en silencio, como siempre lo
hacía, ya se sabía el discurso de memoria.
-Si te llevo conmigo corremos mucho riesgo –continúo ella
–imagina que nos topemos con “ya sabes quién”.
Y en efecto, su corazón imaginó que veían al hombre que
ella amaba de verdad y se inquietó tanto que ella tuvo que sentarse.
-Basta ya –dijo finalmente –tengo que guardarte.
Y acto seguido, fue hasta el ático, donde guardaba un
montón de cosas que acumulaban polvo muy fácilmente, no le gustaba entrar ahí,
pero tenía que hacerlo.
-Si hago esto, es por nuestro bien –se dijo más a sí
misma que a su corazón, y abrió un gran baúl que se encontraba en una esquina,
adentro, estaba una jaula que contenía un montón de mariposas, todas vivas
–hola –las saludó - dejaré a mi corazón aquí, porque tengo que salir, ya saben.
Mientras caminaba por la calle, se preguntó si la vida
que había tenido antes de casarse fue cierta. Le parecía una gran mentira, un
sueño, una alucinación que su mente había creado para no dejarla ser feliz.
Pero mientras veía a la gente por la calle, no podía más que admitir que
efectivamente: aquella era ahora su vida, y antes había sido feliz,
increíblemente feliz.
Recordó como lo conoció, en un baile, él estaba allí,
rodeado de amigos y la veía constantemente, hasta que se animó a ir hasta ella
y hablarle, “eres increíblemente bonita” fueron sus primeras palabras y ella
sonrió, solo eso les bastó para enamorarse. Luego, siguió un verano llenó de
magia y amor, recordaba aquel primer beso en la playa, mientras estaban
recostados y él se acercó lo suficientemente como para que sus alientos se
hicieran uno. Ahora, no podía hacer nada más que maldecirlo, “ojalá nunca lo
hubiera besado”, se decía constantemente, si no lo hubiera besado nada de esto
estaría pasando, yo podría ser feliz.
Pero el verano acabó y con él la realidad los golpeó de
repente, ya no podían verse como antes, y a pesar de que lucharon por su amor,
las circunstancias terminaron por separarlos, en el fondo, ella siempre creyó
que debió haber luchado un poco más. Supo de repente que él estaba
comprometido. Su corazón no dejaba de gritarle entonces, sus lamentos la
aturdían y no la dejaban descansar, “calla por favor”, le suplicaba ella, pero
él no escuchaba. “¡Haz algo!, tú lo amas y él te ama a ti”, le decía. Pero
cansada y triste, se iba a la cama con ganas de morir.
Hasta que un día apareció en su vida su actual esposo,
él, tan lleno de bondad y con tanto amor por ofrecer, no dejó de insistir hasta
que finalmente, salieron, y cuando menos lo pensó, dijo que sí y se casaron.
Sintió entonces como su corazón se apagaba por completo, a veces, justo antes
de dormir, aún le recordaba lo que era en verdad el amor: “a él no lo quieres,
acéptalo, vas a ser muy infeliz si sigues con él”, pero al ver cómo era
ignorado, nunca más volvió a hablarle.
Cuando llegó el momento de mudarse, se dio cuenta de la
poca cantidad de pertenencias que tenía, una que otra prenda de ropa y zapatos,
hizo su maleta y se instaló en casa de su esposo.
Un día gris y nublado, mientras preparaba la cena, y su
esposo trabajaba, llegó sin anunciarse aquel que era dueño verdadero de su
amor. Sintió entonces como un mar de mariposas le salían por todos lados, no se
explicó aquello, pero salió disparada al ático donde abrió el baúl más grande
que encontró y las encerró ahí, dentro de una jaula, luego, sintió como su
corazón despertaba de repente y le decía “¡es tu oportunidad!”, pero ella no
hizo nada, no podía moverse, no se explicaba para que iba a su casa aquel
hombre, así que solo pudo sentarse a llorar, mientras su corazón luchaba por
hacerse oír.
Nunca más volvió a verlo, evitaba a toda costa salir a la
calle, evitaba ir a fiestas, no quería verlo ni imaginárselo. Temía que de
nuevo las mariposas salieran, y la delataran. Pero ahí estaba, en medio de la
calle, y ni un rastro de él, como siempre. Quizá se había mudado, quién sabe,
era demasiado cobarde como para preguntar por él a la gente. Miró a todos
lados, y al parecer estaba despejado, ni una persona caminando por la calle.
Cerró los ojos y se imaginó que él estaba ahí, quería volver a vivir aquel amor
tan intenso que nunca más sentiría. Unas lágrimas pequeñitas se asomaron por
sus ojos, lanzó un beso al aire y dijo “en donde quiera que estés, que el
viento te haga saber que mi amor será por siempre tuyo.”
Volvió a casa, aún era temprano, tendría tiempo para
hacer la cena, y ver algún programa de televisión. Su esposo tardaría unas
horas en llegar. El día seguía nublado y gris, ella subió al ático, abrió el
baúl y vio a su corazón, triste y desolado.
-No lo he visto –le dijo, pero él ni se inmutó.
Se sentó en un sofá que conservaba y que parecía una
reliquia de museo, tenía también un estéreo que utilizaba de vez en cuando,
cuando limpiaba aquella parte de la casa. Lo prendió y una canción estaba
sonando en la radio, suspiró y puso a su corazón de vuelta.
-Lo siento –dijo. Y entonces, una canción en particular
comenzó a sonar, una que conocía a la perfección y que también evitaba escuchar
a toda costa. Su corazón saltó de
alegría y ella se paró automáticamente, cantando con emoción, recordaba cómo
había sido conocer al amor de su vida en aquel baile, recordó cómo se acercó a
ella al ritmo de esa canción.
Corrió entonces al baúl y les dijo a las mariposas:
-Salgan, ¡salgan!, sean libres, ayúdenme a recordar cómo
se siente el verdadero amor – y entonces el ático se llenó de mariposas
danzantes.
Y cuando terminó la canción, escuchó como la cerradura de
la puerta se abría lentamente. Desesperadamente, metió de nuevo a las mariposas
al baúl, y gritó a su esposo:
-Estoy en el ático, ¡ya voy!
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