lunes, 14 de agosto de 2017

Manhattan


Se despertó y fue directamente al lavabo, donde trató de evitar a toda costa el verse al espejo.
Él todavía estaba en la cama, dormido boca abajo, y roncaba levemente. Pasó a su lado con cuidado, tratando de no despertarlo, y luego pensó en lo que había hecho y se le encogió el corazón, pero no se permitiría llorar, a fin de cuentas, ella lo había decidido, nadie la obligó.
Afuera estaba lloviendo a cántaros. Levantó la mano esperando a que un taxi se parara mágicamente. Se sentía un poco como Carrie Bradshaw y sonrió, luego, volteó la vista y ahí estaba, el hotel no se había ido a ningún lado, y con él, los recuerdos la atormentarían para siempre.
Las gotas de lluvia le mojaban un poco la cara, por lo que aprovechó y lloró tranquilamente, pues nadie se daría cuenta.

El camino al aeropuerto le pareció eterno. El chofer había querido sacarle un poco de plática pero ella iba completamente perdida en sus pensamientos. No lograba entender del todo porque había hecho aquello, pero quizá una parte de ella había muerto la noche anterior, y no la podría recuperar nunca.
Recapituló como había pasado: había llegado a Manhattan con el único propósito de visitar a su familia, pasaría un fin de semana alejada de su esposo y su hijo, y hasta cierto punto, se sentía aliviada de poder darse un respiro. No es que odiara su vida, al contrario: amaba a su esposo y su hijo se convirtió rápidamente en el amor de su vida, pero había algo dentro de ella que le decía que tenía demasiado por vivir aún.
Así que hizo lo que tenía que hacer, salió con algunos miembros de su familia, convivió, sonrió siempre y no se quejó, aún cuando la llevaron a uno de esos restaurantes caros que tanto detestaba.
Una de sus primas le dijo de repente:
-Deberíamos salir, mis amigas y yo vamos a El Bar en un rato, ¿vienes?
Y la verdad es que ni siquiera tuvo que pensar demasiado, a pesar de que su prima era bastantes años menor que ella, su cuerpo y alma le pedían a gritos que dijera que sí. Y así lo hizo.

En su maleta apenas y había un cambio de ropa, así que cuando tuvo que decidir qué ponerse, optó por salir a la calle y mirar los aparadores de las tiendas, quién sabe, quizá encontraría algo.
Estaba en uno de esos puestos de hot dogs baratos, y ella sentía su mirada pero ni siquiera volteaba a verlo de vuelta. "Lo siento, soy casada", pensó. Y siguió caminando, pero un rato después, cuando salió de la tienda, con un vestido elegantemente envuelto, ahí estaba él de nuevo, esperándola, casi como un cazador que espera a su presa. Sonrió, y entonces ella se dio cuenta de lo hermoso que era: debía tener por lo menos 6 años menos que ella, y de repente se sintió una anciana.
No quería seguirle el juego, por lo que fingió que alguien le llamaba por teléfono mientras pasaba a su lado.
-El viejo truco de fingir que hablas por teléfono no funcionará conmigo -dijo él, mientras su sonrisa coqueta no se borraba ni por un instante de su rostro.
Ella cayó entonces, se saludaron y quedaron de verse en el Bar. En ningún momento mencionó a su esposo, incluso se encontró a sí misma tratando de esconder su anillo de bodas. Sabía que él lo había visto, pero fingió y solo siguió sonriendo.

Parecía una adolescente mientras se ponía el vestido que acababa de comprar, y aunque nunca lo admitiría, lo compró pensando en lo mucho que disfrutaría cuando las miradas de los hombres se posaran en ella. Nunca antes había tenido ese tipo de comportamiento, pero al parecer, Manhattan tenía algo, una especie de poder sobre ella, y ahora, lo que más la emocionaba era saber que el chico la iba a estar esperando, que estaría ansioso por volverla a ver.
Estaba a punto de salir del cuarto para encontrarse con su prima, con la adrenalina recorriendo sus venas, cuando su teléfono comenzó a sonar, vio el nombre en la pantalla y se quedó congelada: era su esposo.
-¡Hola!
-...
-¡Claro que te extraño!
-...
-También te amo.

En cuanto colgó el teléfono sintió como desaparecía una pequeña parte de ella, todos sus sentimientos se iban y solo quedaban las ganas de ser aquella que se vería con un chico menor en El Bar.
Su prima no dijo nada, la ignoró por completo una vez que llegaron al lugar y se topó con un chico, según le explicó:
-Estuvimos saliendo algún tiempo, y creo que esta es mi oportunidad para volver a quedar con él, ¿no te molesta que me pierda un rato verdad?
Y ella dijo que no con la cabeza, mientras pedía otro trago. Se estaba desesperando, habían acordado que se verían a las 11 pm, y ya casi eran las 12, y no había señales de él.
El Bar estaba atascado, con dificultad podía distinguir a una que otra persona conocida, de repente llegaban chicos a saludarla y ella no les hacía caso, su mente solo podía pensar en alguien, y si ese alguien no aparecía en 20 minutos ella se iría decepcionada.
Volteaba constantemente a la puerta, cuando de repente alguien le dijo al oído:
-Perdón por llegar tarde -y cuando le mostró su mejor sonrisa, ella se olvidó del tiempo que lo estuvo esperando.

La noche se le hizo eterna, veía todo alrededor moverse demasiado deprisa, y aún así, las manecillas de su reloj parecían avanzar a una velocidad que no lograba comprender.
-Salgamos de aquí -le dijo de repente al chico, y en realidad no sabía de dónde había sacado la fuerza para decir aquello, de nuevo sentía que no era ella misma. Él la tomó del brazo y mientras salían, ella se quitó discretamente su anillo de bodas y lo metió a su bolsa.
-Conozco un hotel cerca, ¿vamos? -dijo él y ella sonrió, no podía esperar ni un minuto más.

Y ahora estaba ahí, en medio del tráfico, con el mismo vestido y la misma ropa interior que él le había quitado sin más, despojándola de todos los años en los que le había jurado a su esposo que lo amaría y solo a él.
Miraba al rededor y todo cuánto veía le recordaba a la persona que la esperaba en casa, pensaba en su pequeño hijo y en lo mucho que sufriría si de repente sus padres no estuvieran juntos. Y luego pensaba en el chico, cuyas últimas palabras fueron "no te olvidaré" y esa sonrisa que la derretía por completo.
Ni siquiera volvió a casa de sus familiares por sus pertenencias, no tenía el valor de dar explicaciones a su prima ni a los demás, solo había llamado para decir que tenía una emergencia y debía volver a casa lo antes posible.
El chofer la sacó de repente de sus cavilaciones cuando dijo:
-Hemos llegado.

Todo el camino a casa, miró al cielo y se preguntó si había sido verdad aquello. Decidió que jamás se lo diría a alguien, decidió que lo borraría de su mente, se lo negaría incluso a sí misma. Buscó en su bolsa su anillo y se lo puso con decisión.
Borró el recuerdo del puesto donde vio al chico, de la tienda donde se hablaron, del Bar, del nombre del Hotel, de la calle donde la gotas de lluvia se hicieron parte de su llanto.
Y cuando bajó del avión, ya se sentía de nuevo como ella misma. "Manhattan, no volveré a ti", se dijo. Y luego, vio a su esposo esperándola con una rosa.
-Te amo -le dijo.

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