La verdad es que hace muchísimos años que no me subía a una bicicleta, así que cuando me regalaron una me puse muy feliz pero también muy nerviosa, ¿y si me caigo?, ¿y si ya no sé andar en ella?
La tuve unos días en mi consultorio y los niños me preguntaban una y otra vez qué si era mía, qué si sabía andar y qué de dónde la había sacado.
Se las presté para que se pasearan y anoche me animé -finalmente, a usarla.
Me sentí la mujer más poderosa del mundo -no estoy exagerando.
Andar en bicicleta es liberador. Al principio me costó tener equilibrio, y me sorprendió la fuerza que se requiere a la más mínima inclinación en el camino, pero no me rendí.
Y finalmente, en una bajada tomé tanta velocidad, que sí... me caí.
Afortunadamente para mí había un poste que detuvo mi caída, y la verdad es que ni quiera me golpeé, no pasó nada grave, y como era de noche absolutamente nadie se dio cuenta de lo que me había pasado -o eso espero.
Luego de asegurarme de que todo estaba en orden, me puse de pie, agarré la bici y seguí pedaleando, no quedaba de otra.
Llegué a mi casa sana y salva y me dije que es verdad eso de que todo en la vida se parece a andar en bicicleta: hay que mantener el equilibrio, no hay que rendirse aunque sean subidas, y si uno se cae, no queda más que levantarse.
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