martes, 11 de febrero de 2020

Experimento

Hace muchos años (y esto es puro parafraseo porque no recuerdo las cosas exactamente y no voy a googlearlas), hubo un experimento que consistía en los siguiente:

Un sujeto en una habitación podría dar descargas eléctricas al sujeto que estaba en la habitación de al lado, basándose en si respondía correctamente o no a algunas preguntas. 
El sujeto que daría las descargas empezaría con pocos voltios, hasta que finalmente emitiría una descarga lo suficientemente fuerte como para matar a la otra persona. Por supuesto, todos dijeron que no darían descargas fuertes, pero conforme el experimento fue avanzando, se descubrió que a los sujetos no les importaba causar dolor en las otras personas, incluso disfrutaban tener ese poder. Por supuesto que en la otra habitación en realidad no había nadie, solo programaron todo para que se escucharan gritos de dolor y uno que otro alarido.
La cuestión aquí es: ¿hasta dónde podemos llegar cuando se nos da poder?, ¿la empatía se nos va cuando alcanzamos posiciones altas?, ¿de qué depende todo?

Y lo vemos todo el tiempo, no hace falta hablar de experimentos, sino en la vida diaria. Raúl que juró una y otra vez que jamás cambiaría, de repente se hizo presidente del municipio (de la empresa, si quieren), y ahora se siente inalcanzable, incluso disfruta de que las personas/empleados sufran a su mando, le gusta que lo vean como alguien de poder, y no quiere perder su puesto ni su nueva identidad.

Un chico, Carlos, se da cuenta de que puede manipular a su novia cada que ella hace algo que no le gusta. Todo empieza como un juego "si sales con ellas entonces vamos a vernos solo 1 vez esta semana", "no te pongas esa falda o sino no salimos", "no quieres tener sexo conmigo porque no te gusto, entonces mejor aquí la dejamos". Carlos disfruta de este poder, que siempre empieza con cosas pequeñas, pero pronto estas ya no hacen los mismos efectos, y quiere más y más.

Y no digo que todas las personas sean iguales, pero en definitiva el poder, hace que las personas pierdan una parte de su humanidad. Y es que si nos ponemos a pensar, cuando se nos da el poder de decidir sobre los demás, a veces cosas extremas pasan. Pienso en casos tan simples como ser padres, ¿cuántos papás y mamás no han matado a golpes a sus hijos?, incluso maestros o maestras, ¿cuántos no disfrutarán pensando en los nuevos castigos que pueden ponerle a sus alumnos?

El ser humano es un ser animal, claro. Y no me deja de asombrar lo rápido que volvemos al tiempo de la caverna, quizá en realidad nunca salimos de ahí.

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