Tenía 20 años cuando me dejaron por primera vez, fue en esa habitación de paredes blancas, y yo no hice más que perseguirlo por los siguientes dos años hasta que agoté mi energía por completo.
Descubrí al día siguiente que un hueco se había formado en mi patio, un hueco con la forma de ese amor que se había ido. Y a dónde quiera que fuera, incluso si no podía verlo, lo podía sentir dentro de mi corazón.
No voy a mentir: traté de cubrirlo con todo el material que encontré: tierra, agua, incluso agua de mis propias lágrimas, le aventé mis miedos y finalmente aventé todas las cosas que había dejado en mi casa y hice arder en llamas.
Nada era suficiente para taparlo por completo.
No fue hasta que conocí a otro chico que comprendí: todos andamos cargando con un hoyo, TODOS. Y tontamente tratamos de ocultarlo, pero entendí que cuánto más hablaba de él, más iba sanando.
Y no habrá nada que lo tape por completo, pero he aprendido a vivir con él, con su ausencia, y hemos hecho las pases.
Así fue como las flores finalmente llegaron.
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