miércoles, 6 de mayo de 2020

Lentes III

-¿Qué te ha hecho pensar que el amor no vale la pena? -me preguntó un día mientras cocinaba unas quesadillas y hacía pequeñas muecas de dolor cada que volteaba una del comal.
-No es el amor quien me ha decepcionado -le respondí mientras mantenía la cabeza agachada - son los chicos.
Se quedó pensativo por unos momentos, sacó una, dos quesadillas y las puso en plato y luego dijo:
-Quizá ese es el problema, ¿no crees? -yo levanté las cejas para dejarle en claro que no sabía a qué se refería -tú no mereces chicos -dijo finalmente -mereces un hombre.
Y sonrío.
Yo me preocupé, pero también sonreí.

Me pasé la tarde sola, pensando en lo que el chico de los lentes rosas había dicho. En primer lugar, me había quitado los lentes casi después de que me los había regalado, sabía que en mí no funcionaban. En segundo lugar, habíamos pasado demasiado tiempo juntos desde que nos encontramos en el café, casi todos los días nos reuníamos para comer juntos, para ver alguna película o simplemente llegaba a mi casa sin invitación, y decía algo como "adivina qué me pasó hoy", acto seguido se acostaba en mi cama y apoyaba su mano en mi hombro. A mí me gustaba escucharlo. Para él todo era digno de contar, a veces las cosas más simples le parecían maravillosas: "¡debiste haberlo visto Jane!", me gritaba y casi siempre terminaba con lágrimas en los ojos. Entonces yo pasaba una mano por su rostro, un rostro al cual ya me estaba acostumbrando. Y por último, en tercer lugar, no me había armado aún con el valor suficiente para preguntarle acerca del amor. Yo sabía que su corazón no funcionaba igual al mío, pero, ¿y si jamás se había enamorado?, ¿y si se había enamorado pero le gustaban los hombres?, ¿y si era asexual?
Decidí que la siguiente vez que lo viera, tendría que confrontar esta duda. No tenía otra opción.

-¿Qué pasa? -dijo mientras entraba a mi casa -me estás mirando muy raro.
Se acostó como de costumbre en mi cara, yo le pasé la mano por su rostro aunque no estuviera llorando. Me miró divertido, luego su semblante cambió.
-Jane -comenzó -¿estás usando los lentes?
-Te dije que me los quité casi cuando me los diste.
Él quitó mi mano de su rostro al instante. Nunca lo había visto tan serio como en este momento. Ahora era yo la que quería llorar.
-Te estás enamorando de mí, ¿verdad? -se levantó de la cama lentamente, luego se puso de cuclillas frente a mí y tomó mi rostro entre sus manos -Jane, tu corazón lo está haciendo de nuevo, ¿no te das cuenta?
-¿Qué dices?, pasamos todas estas semanas juntos, vienes a mi casa, dejas que mis sentimientos crezcan y solo para decirme que mi corazón no puede sentir lo que está sintiendo. ¿Alguna vez te has enamorado?
Sus ojos se encontraron con los míos. Había pasado 26 años, buscándolo como una loca, confundiéndolo con un montón de chicos, pero sabía que era él, y él también lo sabía. No podía ser  otro error del corazón ciego.
-Jane, no podemos hacer esto así -sentí como el corazón de nuevo se me que iba encogiendo, y luego dijo algo que jamás esperé -pasemos más tiempo conociéndonos, pero no lo aceptaré de otra manera, tienes que usar tus lentes. Si no quieres usar los rosas, está bien, pero usa tus lentes. Si vas a enamorarte de mí, quiero que te enamores sin ver borroso, quiero que me mires claramente, ¿entiendes? -yo asentí. Me levanté para ir hasta la mesita junto a la ventana, tomé los lentes, escondidos en una caja negra, y me los puse. Volteé a verlo y ahí estaba, sonriendo casi con lágrimas en los ojos. Me tomó la mano mientras se acostaba de nuevo en la cama y decía "tengo mucho que contarte hoy".

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