jueves, 13 de junio de 2024

Somos los dos contra el mundo

Cuando tenía 5 años mi mamá me enseñó a multiplicar. Siempre fui más listo que los demás en mi clase y eso me hacía sentir bien, sobre todo cuando al terminar un examen volteaba a ver quién más había terminado y no había nadie que pudiera seguirme el ritmo. Mi mamá quería ser maestra, pero creciendo su familia no tenía suficiente dinero para mandarla a la escuela, así que tuvo que enseñarse a ella misma, y cuando nací yo, decidió que yo sería su mejor estudiante, ella amaba las matemáticas más que nada en el mundo, yo nunca entendí por qué, pero trataba de amarlas tanto como ella.

Siempre fuimos mi mamá y yo, vivimos en casa de mi abuela hasta que cumplí 10 años, yo amaba esa casa: con su patio gigante y montón de arboles enormes que siempre quería escalar y cuando estaba a la mitad o mi mamá o mi abuela salían a gritarme que me iba a quebrar un brazo y que sino quería sufrir las consecuencias, que me bajara inmediatamente. A veces me caía del susto cuando me gritaban. La casa era blanca y reluciente, mi abuela tenía una obsesión con la limpieza y se la pasaba de un lado a otro con un trapo en la mano y desinfectante en la otra. Había 6 habitaciones, 8 baños y una cocina en la que podíamos meter a todos los niños en mi escuela; nunca entendí porque mi abuela tenía una casa tan enorme, mi mamá tampoco, siempre estaban peleando sobre cuándo la iba a vender para al fin tener algo de dinero. Todos mis recuerdos infantiles están en esa casa. Hasta el más feo de todos: cuando a los 10 años regresando de la escuela encontré a mi abuela en una especie de trance, estaba sentada en el sillón con los ojos y la boca abierta, la llamé un montón de veces, casi gritándole en la cara pero no respondió, intenté moverla pero pesaba tanto como una piedra, me asusté tanto que salí corriendo hasta el trabajo de mi mamá, corrí por casi 10 kilómetros.

Cuando le expliqué lo que estaba pasando no podía creelo, unas lágrimas cayeron de sus ojos, se quitó el delantal que estaba usando y me dijo que la siguiera hasta su carro. Manejó en silencio por lo que se sintió como una eternidad. Yo le pregunté una y otra vez si estaba bien pero nunca me respondió y yo temía que en cualquier momento se quedaría tiesa como mi abuela. Cuando llegamos a la casa, abrió la cajuela y sacó un montón de bolsas negras, una sierra y me dijo que me fuera a jugar y que no regresara a la casa en un buen rato.

-Mamá,  ¿estás segura que estás bien?

-No hagas preguntas y vete. 

Cada vez me asustaba más porque todo parecía tan extraño, jamás vi a mi mamá tan calmada, tan lista para actuar. Pero no entendía que estaba pasando con mi abuela tampoco, así que hice lo único que podía hacer: irme a trepar a los árboles. Era un domingo y el barrio estaba vacio excepto por unos cuentos perros rondando la basura. Mamá volvió después de un buen rato.

-Escuchame bien Juanito, necesito que me hagas una promesa, ¿entiendes qué es una promesa?

Yo asentí, estaba todo sudado y con tierra por todos lados.

-Nos vamos a ir de aquí mañana, tu abuela ya no estará en nuestras vidas, ¿ok?, ella tenía que irse para que tú y yo tuviéramos una mejor vida, una vida que yo siempre merecí vivir, no necesitamos una casa tan grande, vamos a tener una casa con una recamara para mí y una para ti, con el dinero que sobre voy a entrar a la escuela para finalmente ser maestra, y así poder hacer lo que siempre soñé. Así que ahora tú debes pensar, ¿cuál es tu sueño?

Yo no sabía qué decir, no entendía nada excepto que mi abuela había muerto o algo le había pasado.

-Está bien Juanito, no me tienes que responder ahora mismo, pero piénsalo. Porque cuando tengas tu sueño, no debes dejar que nada te impida conseguirno, ¿entiendes?, ni tu misma madre debe impedirte ser feliz.

Yo la seguí mirando, quería preguntar, ¿qué pasó con la abuela?, pero algo en mi no me dejaba hacerlo. Cuando volví a la casa para recoger mi cuarto y empacar mis cosas, había un montón de bolsas de basura por todos lados y un olor que hasta el día de hoy no se me va de la mente. 

-Mamá -pregunté finalmente -¿qué le pasó a la abuela?, ¿por qué estaba tiesa como una piedra?

Mi mamá no dijo nada, solo siguió limpiando la casa y poniendo bolsas de basura en la cajuela.

Un mes después la casa de la abuela se vendió por 5 millones de pesos. Mi mamá no podía ocultar su emoción, había sido mucho más dinero de lo que ella había esperado. Con ese dinero compró una casa pequeña  al otro extremo del país, una casa pequeña pero espaciosa para los dos, un carro nuevo y pasó sus estudios. A mí me compró muchos libros de literatura, porque le dije que mi sueño era ser un escritor famoso. Nunca más volvimos a hablar de la abuela, mi mamá jamás admitió que la envenenó pero yo descubrí que tenía montones de venenos guardados en un closet, a veces me preguntaba si un día haría lo mismo conmigo si me interponía en sus planes, pero ella me aseguraba que estaba viviendo sus sueños y que quería que yo viviera los míos, cuando nos preguntaban por nuestra familia mi mamá decía "somos solo nosotros dos contra el mundo"

1 comentario:

Coŋejo pestilente dijo...

Y así la vida en Nuevo León papus. O Jalísco, de tantas veces que he viajado y conocido a gente, más me enamoro del extranjero haha.