A pesar de vivir en un pequeñito pueblo costero, surfear nunca fue una opción para mí, porque me parecía demasiado peligroso, porque he visto muchos accidentes, porque el mar aquí es bastante impredecible, porque quizá la tabla se parta en dos y yo también.
El caso es que desde antes de este año, me empezó a llamar algo en mi interior, fue como una luz prendiéndose en un cuarto, y de repente: quiero aprender a surfear.
Pero nunca hice nada al respecto. Sí, lo anoté en mis propósitos de año pero nunca agendé una clase, nunca investigué precios o información. El deseo está ahí, pero no tengo todavía la motivación necesaria.
Ya este es mi tercer día de vuelta. Hay muchas cosas en mi cabeza, el viernes llegué y sentí que literal me estaba derritiendo, tanta calor no se sentía como algo real. Pero fui a la playa y vi el atardecer y me metí al mar y le dije “muchas gracias por esperarme, te extrañé como no tienes una idea”, y sí, el océano es un lugar mágico, de sanación, donde todo lo malo se va y tu alma descansa. Cuando salí, también salió de nuevo la Janeth del Pueblo. Hola, aquí sigo, vamos de nuevo a la aventura. ¿Qué pasará a partir de ahora? No lo sé, pero en camino lo sabremos. Olas Grandes no faltan, y aprender a surfearlas depende de mí.
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