jueves, 27 de julio de 2017

Raquel

Un día, mientras lavaba los trastes, y veía al mismo tiempo su novela favorita, Raquel recibió una llamada que le cambió la vida para siempre. En aquellos tiempos no había identificadores de llamadas, por lo que las bromas telefónicas eran en pan de cada día, sin embargo, en el momento en que descolgó el teléfono, Raquel supo que aquello era cosa sería.
-Tu marido te está engañando –le dijeron y rápidamente colgaron. Había sido una mujer la que le habló, y no notó ni una sola nota de duda en sus palabras.
Raquel se desconcertó y comenzó a pensar en su vida: se había casado joven, como dictaba la tradición en su familia y aunque no era feliz, al menos estaba haciendo lo que se suponía que debía hacer. Había tenido 7 hijos, ahora tenía incluso nietos, “y todo se lo debo a él”, pensaba.
Siguió viendo su novela, terminó de lavar los trastes y trató de olvidarse de la llamada aunque no lo consiguió del todo.
Cuando su marido llegó, como de costumbre, le sirvió la cena y preguntó cómo había estado el día.
-Ya sabes –contestó él –estoy cansado.
Y Raquel no notó ninguna diferencia, su marido se veía normal, como siempre se había visto, pero de repente, un montón de dudas se comenzaron a desatar dentro de ella, y cuando fue hora de dormir, no logró conciliar el sueño durante toda la noche.

Pasaron semanas y se olvidó por completo del asunto, seguía con su rutina, llevaba a sus nietos a la escuela, cocinaba, hacía el quehacer, lavaba, y siempre se mantenía ocupada. Cuando pasaba por la calle de su pequeño pueblo, todo el mundo la saludaba, era bien conocida.
De nuevo se encontraba  viendo su novela favorita cuando el teléfono sonó. Sintió como el corazón le daba un brinco, y de repente, tenía miedo de contestar.
-Tu marido está en el siguiente pueblo, con su piruja. –Y colgaron, de nuevo la misma voz, sin rastros de duda.
“¿Qué hago?” se debatía Raquel. “¿Qué voy a hacer si no tengo a este hombre conmigo?”
Pero su coraje fue más grande que sus temores, salió disparada de su casa, cruzó la calle y le habló a su vecino, que siempre había sido un buen amigo para ella.
-Llévame al siguiente pueblo –le dijo, casi como una orden.

No tardaron mucho, no había tráfico y su vecino manejaba a prisa. No hablaron en todo el camino, Raquel no tenía ganas de dar explicaciones.
Cuando finalmente llegaron, Raquel reconoció la camioneta de su marido, estaba aparcada en frente de un bar, y justo cuando ella iba acercándose, ésta comenzó a avanzar. Ahí estaba, “la piruja”, como le habían avisado y el hombre con el que había compartido más de la mitad de su vida. No dudó ni un instante, y a pesar de que había carros que avanzaban, se paró en medio del camino, justo antes de que la camioneta pasara, y con las manos a la cintura, dijo:
-¿A dónde crees que vas?
Los carros le pitaban para que se quitara, pero ella no lo hizo, esperaba por lo menos una explicación. Vio los ojos de su marido desorbitarse, y como pudo, metió reversa y cobardemente escapó de su confrontación.
Raquel volvió a meterse al auto de su vecino, y simplemente dijo:
-Ya podemos regresar al pueblo.

Fue directo a casa de su comadre más querida y lloró junto con ella, en su regazo, como una niña pequeña.
-¿Segura que era él? –le preguntaba ella.
Y ni siquiera respondía. Se sentía destrozada y humillada, quién sabe por cuánto tiempo aquella situación estaba pasando delante de sus narices. ¡Y la forma en la que él se había escapado!, no lograba concebir que alguien fuera así de cobarde y sinvergüenza.
Fue hasta su casa después de un rato. Se recostó y prendió la televisión, solo para no escuchar sus propios pensamientos.
Muy adentro, sabía exactamente lo que tenía que hacer. Estaba aterrada, escuchaba la voz de su mamá diciéndole “no importa lo que tú marido te haga, tú te casaste y habrás de aguantarlo hasta la muerte”, y con esas palabras en mente, comenzó a sacar la ropa de su marido al patio, seguida de sus zapatos, y una que otra cosa de aseo personal que encontró. Fue a pedirle gasolina a su vecino, hizo una montaña bastante grande con las cosas que sacó, y sin pensarlo un segundo, les prendió fuego.

Nadie había llegado a casa aún, esperó a que el fuego se apagara. Entró a la casa, tomó el teléfono y habló con su hija, después con otra y en total, hizo siete llamadas.
Finalmente, agarró sus llaves y le puso seguro a la puerta.

“A esta casa no vuelves a entrar”, pensó.




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Día 27. Una canción que te rompe el corazón: My Man - Barbra Streisand

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