Siempre supe que iba a ir a la universidad. Siempre supe que era una obligación para mí en mi familia, era lo que se esperaba de mi: ser buena en la escuela, no fallar, no desistir, ser la primera en acabar, en tener una carrera.
Creo que gran parte de mi exito academico fue mi mamá: ella me enseñó desde chiquitita a leer, a escribir, a memorizar: las tablas, las capitales de los estados, y todo lo que se le ocurriera.
Mientras fuera una niña inteligente, todo estaba bien. Así que aprendí pronto que el amor de mamá lo recibía a través de ser buena en la escuela. No faltaron diplomas cada año, concursos ganados, discursos, exámenes donde siempre sacaba dieces. Ser la niña perfecta me era fácil, porque era todo lo que sabía, pero también era difícil porque significaba que no podía fallar, nadie podía superarme o todo se derrumbaría.
Y así pasé la primaria, secundaria y prepa: con calificaciones perfectas, siempre esmerándome porque todo estuviera bien, siempre viendo dónde había algo más que conseguir, qué premio ganar.
Cuando entré a la prepa significó que estaría lejos de mis papás: por primera vez no tenía que reportarme todos los días, podía ser un poco más yo y un poco menos la versión perfecta de mí. Aún así, seguí siendo el primer lugar en la escuela. Dí el discurso cuando acabé y todos felicitaron a mis papás por tener una hija tan inteligente.
Decidir qué quería ser nunca fue difícil: siempre supe, yo quería escribir.
Aún recuerdo a varios de mis compañeros confundidos: "¿Janeth quiere escribir?, pero, si es tan lista, ¿por qué no hace algo donde vaya a ganar dinero, como ser doctora o abogada."
Pero las circunstancias no me dejaron estudiar periodismo o comunicaciones o algo relacionado con escritura. No era que mis papás no me apoyaran: ellos querían que yo fuera a la universidad, no importaba lo que estudiara. Pero no había escuelas públicas cerca en donde pudiera estudiar lo que quería.
Así que todo se redujo a dos opciones:
a) psicología
b) multimedia - Multimedia era una carrera en ese entonces nueva de la UDG donde combinaron un montón de cosas: cine, diseño gráfico, matemáticas, etc.
Escogí psicología, porque era un sueño que tenía por ahí guardado: yo quería ayudar a los demás.
Mirando atrás, siempre me he preguntado cómo sería mi vida si hubiera elegido estudiar multimedia, quién sabe.
Psicología no era mi pasión, y lo descubrí muy rápido. Ya no era la mejor estudiante de la clase, al contrario, apenas y hablaba en clases, apenas y me interesaba lo suficiente en lo que estábamos aprendiendo.
Mis dos materias favoritas de la carrera fueron epistemología y antropología, ambas porque me dejaban hacer ensayos donde podía, finalmente hacer lo que más amaba: escribir. Y porque mis maestros sabían de lo que estaban hablando, no como la mayoría.
En mi tercer semestre pasó algo que no esperaba: una de mis compañeras que ni siquiera era mi amiga cercana me dijo: Janeth, ¿aún tienes novio?, y así fue como descubrí que me estaban poniendo el cuerno.
Lloré como loca, me quería morir, ya nada tenía sentido, ¿para qué estaba estudiando algo que no me gustaba?, ¿para qué esforzarme?
Me fui a casa y por primera vez mostré a la verdadera yo a mis papás: no quiero estudiar psicología, quiero hacer otra cosa.
Buscamos opciones, pero nada me convencía. Pensé que podía estudiar para ser maestra de inglés, pero finalmente mi semana de ser yo se acabó y mis papás terminaron por convencerme de que no me saliera de la carrera, que terminara y viera si en realidad me gustaba. Aunque yo ya sabía que la respuesta era no.
Y así pasé mis clases como zombie, fueron los meses más tristes de mi vida: estaba en la misma universidad que mi ex, donde siempre lo veía con la chica por la que me había cambiado, dondo estaba estudiando algo "solo por terminar".
No podía esperar para acabar la escuela, si hubiera habido alguna opción para tomar el doble de clases, las hubiera tomado. No entiendía cómo otros se desvelaban y mataban para pasar: para mi era fácil, me dormía todos los días a las 9pm y hasta tomaba siestas en las tardes. Jamás me desvelé haciendo algún proyecto, nunca reprobé nada aún ausentádome más de una semana.
En mayo de 2012 acabé la universidad, fue la sensación más liberadora de mi vida: finalmente no más clases, no más tener que estudiar nada, no más maestros ni compañeros de clases ni trabajos finales.
Me mudé a casa de mis papás en lo que conseguía un trabajo, pero no tardé en encontrar uno en una escuela de música donde estaban en búsqueda de una psicóloga.
Trabajaba de lunes a viernes de 4-8 pm a 40 minutos de mi casa. Duré 1 año exacto en ese trabajo, hasta que me armé de valor para renunciar.
A la vida siempre le gusta tener la última palabra y le encantan las ironías, así que poco después de reunciar terminaría dando clases de inglés, y de matemáticas y español.
Descubrí que dar clases me gusta mucho, descubrí que lo que estudies en la universidad importa muy poco, o nada. Casi nadie de los que fueron mis compañeros se dedican a dar terapia. Yo di terapia pero siempre me sentí como un fraude, luego tomé terapia y entendí lo que significaba ser una buena psicóloga. Y supe que yo nunca sería una de esas, y estuvo bien liberarme.
Pasé muchos, muchos años tratando de complacer a los demás antes que a mí. Descubrí, también muchos años después, que mientras crea en mí todo será posible.
Hace dos años regresé a la escuela, esta vez para estudiar algo que me apasiona: guión de cine. Fue el tiempo más increíble, donde realmente me divertí estudiando y haciendo tareas.
No sé si algún día volveré a la escuela, quizá sí, quizá nunca más.
Pero finalmente puedo decir que Yo decido, y esa es la mejor sensación del mundo.