A
veces quisiera no tener que pensar en todo dos veces, quisiera ser normal, como
mi hermana o como mi padre. Pero en vez de eso, paso los días pensando:
cualquier cosa, por más mínima que parezca. Fui al supermercado porque mi padre
pensó que sería buena idea ponerme a hacer algo, me dijo "trae unas
galletas", y yo lo obedecí, pero justo al llegar al pasillo correcto me vi
abrumado por la cantidad de opciones. Con pasas, de avena, suaves, con
chocolate, rosas, cafés, con 100 calorías, con 300... Los estantes me miraban y
yo sentía que se reían de mí. Traté de acordarme cuáles eran las galletas
preferidas de mi padre pero mi cerebro estaba en blanco. Pensé, pensé, quise
agarrar cualquier caja pero no pude, solo salí corriendo de la tienda y completamente
agitado y sudando frío me senté en la banqueta a llorar. No me importaba que la
gente me viera, aquello era demasiado para mí y sabía que mi padre seguro me
gritaría que era un bueno para nada. Pensé en mis posibilidades y las voces
pronto aparecieron:
a)
regresar a casa para ser reprendido.
b)
quedarme afuera del centro comercial hasta que alguien me pida que me vaya
(probablemente un policía).
c)
Ir al bar.
Cuando
pienso demasiado siento que mi cabeza me va a explotar, cierro los ojos y me
digo "no pienses", en balde. A veces no duermo porque las voces en mi
cabeza no se callan, hice cuentas y en último mes solo he dormido
aproximadamente 90 horas.
Mi
padre me lleva con la psicóloga a veces, ella me enseñó que yo no tengo ningún
problema, que las voces en mis cabeza son pequeños demonios (así las bauticé) y
que debo combatirlas. Pero es que ellas ganan siempre.
Y
por eso vengo al bar. No tengo amigos, de vez en cuando viene una chica
pelirroja a sentarse conmigo, siempre trae minifaldas y me deja que la mire,
eso me divierte hasta que empiezo a pensar en cuáles serán sus verdaderas
intenciones y entonces prefiero irme.
Cuando
pienso bebo y cuando bebo también fumo. Mi padre no lo sabe, escondo cajetillas
de cigarros por toda la casa, es mi pasatiempo favorito. A veces creo que me va
a descubrir y me echará, pero sé que en el fondo es muy blando y no podría
abandonarme.
La
chica pelirroja llega.
-¿Qué
te dicen hoy tus demonios?, cuéntamelo todo -me susurra al oído. Yo le sonrío a
medias, no quiero hablar de eso, ella lo sabe, pero le gusta molestarme. -Tengo
un regalo para ti -continúa y saca un sobre del bolsillo de su abrigo.
Esa
es la cosa con ella, sin importar qué tanto frío haga, ella siempre usa
minifalda, y no, jamás la he visto con medias. Hoy está vistiendo un abrigo de
piel falsa, así que le pregunto cómo está el clima afuera.
-¡Estás
bromeando! -se ríe -No ha parado de nevar desde hace una hora.
Me
preocupo, no traje una chaqueta apropiada y si está nevando ahora probablemente
siga haciéndolo por un buen rato. Miró al reloj, son las 5 de la tarde, si no
llego a casa antes de que el sol se meta mi papá llamará a la policía y
entonces estaré en problemas, en verdaderos problemas.
-Debo
irme a casa -le digo y ella se ríe, me dice que soy su loco favorito pero no me
dejará ir en medio de la nevada. -Mira, si no llego papá llamará a la policía y
me enviarán de nuevo a la institución.
Le
digo eso sin pensarlo y me arrepiento al instante. Pero ella no hace ningún
gesto, apenas y me mira, tiene la mirada fija en la televisión, están pasando
un juego de fútbol. A mí me sorprende que le interesen esas cosas.
Pasa
una hora más, no puedo aguantar más. Quiero llamarle a mi padre y pedirle que
por favor venga a recogerme, pero si le digo que estoy en el bar, será él quien
se vuelva loco pero de rabia.
La
pelirroja me mira mientras se pasa las manos por el pelo. "¿Estás listo
para tu regalo?" me pregunta y yo intento sonreírle. "Mira, si
quieres irte a casa, quizá esto te ayude", y de nuevo me mostró la bolsita
que contenía un polvo blanco adentro.
Mi
padre siempre me advirtió sobre las drogas y yo jamás había probado una, pero
ella se veía tan convencida, tal vez tendría razón.
Me
dijo que saliéramos un momento, yo sabía que esa era una pésima idea pero la seguí
y salimos por la puerta de atrás. En cuanto sentí el frío hasta los huesos, di
pequeños brinquitos y me froté los brazos para calentarme.
-No
te preocupes -dijo sonriendo -pronto no sentirás nada.
Tomó
una tarjeta y puso un poco del polvo blanco en ella, como todavía nevaba, la
nieve se confundió con el polvo blanco y me hizo mucha gracia. Me miró feliz
después de dar una gran aspiración por su nariz
-Tu
turno –dijo entonces.
Estaba a punto de hacerlo, tenía la tarjeta en
mis manos y entonces mi padre abrió la puerta abruptamente.
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