Yo nunca quise esto, pero
cuando apenas tenía 5 años mi mamá convenció a papá de meterme a un concurso de
belleza, le dijo que mi piel de porcelana me haría ganar automáticamente contra
las demás niñas. Yo no sabía que estaba pasando, un día simplemente llegó a
casa con un montón de vestidos ampones, maquillaje y pequeñas zapatillas que
hacían que mis pies dolieran al caminar. No recuerdo mi primer concurso para
ser honesta, ni el segundo, pero recuerdo a mamá muy enojada cuando quedé por
primera vez en segundo lugar, ella gritó como loca y fue hasta la mesa de los
jueces para reclamarles, yo la miré divertida al principio pero luego me dio
miedo, pensé que cuando llegáramos a casa seguramente me castigaría. Y estuve
en lo correcto, me mandó a mi habitación y me dijo que pensara bien en lo que
había hecho, que estaba completamente decepcionada de mí por dejarla en vergüenza,
yo tenía 6 años y no sabía lo que esa palabra significaba pero me lo imaginé
porque mamá duró 2 semanas sin dirigirme la palabra.
Una noche, cuando estábamos en la sala viendo la televisión, salió
un comercial que decía que estaban buscando niñas para actuar, mamá de nuevo me
miró con brillo en los ojos, de nuevo me sentí útil y querida, pues ya no había
vuelto a competir en concursos, mamá dijo que el segundo lugar había sido
suficiente humillación para ella.
Un comercial, dos, cinco, diez, pronto cumplí 12 años y el pelo
comenzó a cambiarme de color, mamá entonces me llevó a uno de esos salones de
belleza y le dijo al estilista: "arréglala", y él me pintó el cabello
de un rubio más claro que el mío, me dolió mucho. Después me quitó cada vello
de mi cuerpo, y entonces ya no pude seguir llorando de dolor, solo me
resigné.
El dueño de la televisora donde grababa mis comerciales un día se
me acercó y me dijo "yo te voy a hacer una estrella", yo solo sonreí
sin ánimos, porque ya sabía lo que ese hombre le hacía a las niñas como yo. Le
conté a mi mamá y ella solo dijo que guardara silencio y que aprovechara
cualquier oportunidad que la vida me ofreciera, sin importar cómo.
Así pase mi adolescencia,
entre hombres tocándome cuando se les antojaba, fiestas donde las drogas
estaban como plato fuerte y actuando, siempre actuando, solo que a veces ya no
sabía cuándo dejar de hacerlo, cómo ser yo, ya no me reconocía, estaba en piloto
automático y solo hacía lo que mamá me decía que hiciera.
Hasta que un día recibí una invitación a una fiesta, estaba
firmada con un nombre que jamás había escuchado, así que supuse que no era
parte de la industria. La tarjeta decía "Fiesta en el columpio" y
tenía solo un pequeñito columpio dibujado en la parte de atrás y la dirección,
no quedaba tan lejos de casa.
Cuando llegué me asombré al ver la cantidad de personas, estaba
acostumbrada a ir a eventos donde el mínimo eran unas 500 personas y ahí cuando
mucho éramos 15.
-¿Cuántos años tienes preciosa? -me dijo un chico que no
aparentaba más de 30 años. Le respondí que tenía 17 y me alejé. -¡Qué lástima!,
¡tan joven! -me gritó desde el otro lado de la habitación y no le di
importancia.
Me pasaron una copa de lo que parecía champaña, tomé más y más
hasta perder la cuenta y pronto comencé a sentirme muy rara, estaba mareada y
todo parecía estar distorsionado. Me gustaba sentirme así, porque todo el dolor
desaparecía, y yo podía olvidarme del mundo y sobre todo de mamá. "Creo
que ahora estamos listos", escuché una voz a lo lejos y entonces vi a una
cara conocida, fui hasta él y le pregunté qué hacía ahí.
-Ya no me sirves, niña, te estás poniendo gorda y fea. -Fue todo
lo que contestó. Yo quería llorar ahí mismo pero de repente vi que todos
comenzaron a salir al patio, así que yo también salí. Había varios columpios colgados
a un solo árbol y parecían estar diseñados para que dos personas se
sentaran en ellos. Pronto todos estuvieron ocupados y yo me senté en uno sola,
pues no había nadie más para ocupar el puesto vacío.
Miré al rededor y todos reían, yo no sabía qué estaba pasando,
pronto me sentí aún más mareada, quería que todo acabara e irme a casa a
dormir.
"Es hora mis queridos niños", dijo la voz de hombre que
yo conocía, caí en cuenta de que era el hombre de la televisora. Y entonces,
todos comenzaron a desmontar los columpios, de manera que solo quedaban dos
cuerdas flotando. Vi a la chica de al lado y lancé un pequeño gritó que se
ahogó en mi garganta, pues se estaba poniendo la cuerda alrededor del cuello y
estaba subiendo al columpio que ahora quedaba como un banquito. Entonces lo entendí
todo.
El hombre se acercó a mí:
-Es tu turno –me dijo y le
pregunté si mi mamá sabía: -Querida –me respondió – tú mamá estuvo
completamente encantada con la idea, sabes que ahora que ya no podrás actuar le
sirves más muerta que viva, ¿verdad? – “yo nunca quise esto”, pensé mientras él
ponía la cuerda alrededor de mi cuello.
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