-Mamá –repitió más tranquilamente - Puedes decirme dónde dejaste el anillo por
favor –su madre la miró como quien mira a un bicho raro y dijo: “¿Ya buscaste
bien en tu cuarto?, ¿quieres desayunar?”, así que frustrada salió de la casa
dando un portazo.
Se sentó en la banqueta fría y mojada ya que el día
anterior había estado lloviendo un poco. Las lágrimas se deslizaron suavemente,
apenas y pudo sentirlas. Había llegado la hora, sabía que no tenía alternativa.
Recordó entonces cómo había empezado todo.
Cuando apenas tenía 8 años, su madre la sentó en un sofá
que se sentía grandísimo pues apenas colocaba su cuerpo, se hundía casi totalmente.
“Creo que es momento de hablar sobre algo importante” le dijo entonces, nunca
antes la había visto tan seria, así que se asustó un poco. “Un buen día, la muerte
vendrá a visitarte y créeme, no vas a estar preparada, por más que los maestros
en la escuela te digan que sí. Un buen día, ella llegará con un regalo, será la
cosa más hermosa que te puedas imaginar, algo que te gustará muchísimo. Vas a
estar aterrada y emocionada a la vez, entonces sabrás que el momento ha
llegado: ella te dirá la misma regla que le dice a todos –el día en que pierdas mi regalo, ese día vendré de nuevo a visitarte y
tendrás que irte conmigo -, y tú pensarás: nunca lo voy a perder, lo
llevaré conmigo a todas horas, nunca lo perderé de vista, pero pasa, siempre
pasa, uno termina siempre perdiéndolo, cuando menos lo esperas, despiertas y
simplemente ya no hay nada”.
Entonces pensó en su padre, pensó en cómo un día bajó de
las escaleras desconsolado y lo único que pudo decir fue “no están, no están
por ningún lado” mientras corría sin parar abriendo y cerrando cajones.
Más tarde, volvió a casa con los ojos hinchados, su madre
estaba en la sala.
-¿Estás bien? –le preguntó y ella no respondió, sacó
lentamente un cigarro y se fue directo a su habitación. -¡No fumes en la casa! –fue
lo último que escuchó antes de cerrar la puerta.
Había pasado el día buscando en vano algún anillo similar
al que la muerte le había regalado, había recorrido cada una de las tiendas del
pueblo, cada casa de empeño, cada centro comercial, no había nada que se le
pareciera.
Miró su mano ahora llena de anillos que había comprado ya
sin esperanzas, de todos los tamaños, formas y colores posibles. Siguió
fumando, esperaba que llegara en cualquier momento. Ya no tenía lágrimas para
llorar. Pensó entonces en su padre, en cómo habría sido para él aquel día, se
dispuso a ir a despedirse de su madre cuando escuchó una voz a sus espaldas:
-¿Estás lista? – le preguntó y ella solo asintió con la
cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario