Despertó
un día y fue como volver a nacer. Lo primero que pensó fue en preguntarle al
doctor por su esposa, no pensó que hubiera pasado tanto tiempo, miró al rededor
y la primera señal fue la televisión, toda llena de gente con ropa extraña,
bailando canciones que no resultaban familiares, pero no le tomó tanta
importancia. Trató de moverse, los pies funcionaban al parecer, también las
manos, todo estaba en su lugar. ¿Qué era lo último que recordaba?, era una
noche fría de diciembre e iba manejando del trabajo a casa, sacó un cigarrillo,
lo encendió rápido, pensó que pronto estaría en casa con su mujer y de repente
sucedió, sintió como su cuerpo se sacudía sin parar, sintió que los huesos se
le salían y al corazón haciendo un esfuerzo increíble para no dejar de latir.
"Tienes que mantenerte despierto", pensaba sin parar, "no
cierres los ojos, no te muevas", alguien llegará pronto. Miró al rededor y
era todo oscuridad, no sabía exactamente dónde estaba pero no había carros
pasando. "Alguien vendrá", pensó entonces "no puedo morir así,
alguien vendrá" y entonces aunque luchó por no hacerlo, cerró los ojos.
-Señor
Martínez, luce usted muy bien -le dijo el Doctor sacándolo así de sus
pensamientos -vamos a hacer una revisión rápida pero todo se ve bastante
favorable.
-Doctor
-se animó a preguntar: -¿dónde está mi esposa?
El
doctor se quedó en completo silencio, en todos sus años en la facultad nunca le
enseñaron a dar malas noticias, así que por lo general no podía evitar poner
cara de angustia y mirar al suelo cuando situaciones así se presentaban. Se
miraron fijamente.
-¿Doctor?
-repitió.
Revisó
de nuevo su expediente mientras caminaba. "30 años" se leía, "en
coma por 30 años", toda una vida, ahora se sentía por completo ridículo
caminando por las calles de la ciudad porque todo parecía completamente nuevo:
los letreros, las luces, los restaurantes. Y tampoco estaba ella. Se tocó el
pecho para comprobar que su corazón aún latía, no quería creer que de verdad
esa era su vida ahora.
-¿Y
tú vas a una fiesta de disfraces o qué? -le dijo un chico completamente vestido
de negro de repente y mientras se alejaba, se reía sin parar.
Sabía
cómo se veía: como un tipo ridículo vistiendo ropa pasadísima de moda y con el
cabello indomable. Ahora todos los chicos tenían el pelo corto, vestían zapatos
deportivos, camisas pegadas al cuerpo con mangas cortas y unos pantalones
demasiado entallados, pero también había muchos chicos como aquel que se había
burlado de él, vestidos de negro e incluso algunos con maquillaje en la cara.
"Esto es un mal chiste", pensó.
-¿Quieres
que te preste ropa? -le dijo su amigo mientras se encaminaba al cuarto, él
estaba sentado en la sala tomando un vaso de coca cola. -seguro tengo algo que
te queda.
-¡No!
-se apresuró a contestar. -No quiero cambiarme, estoy bien.
-Pero
es que llevas ropa de hace 30 años -dijo mientras aguantaba la risa.
-¿Sabes
una cosa?, tú y los demás pueden reírse todo lo que quieran, pero no voy a
cambiar mi aspecto. Lo primero que pensé cuando el doctor me dijo que mi esposa
no había vuelto a visitarme fue "bueno, quizá ahora piense que estoy
muerto", así que imagina que me cambio el look, que luzco como todos
ustedes, que salgo a la calle y un día voy caminando por la banqueta y ella
viene del otro lado de la acera, y me pasa de largo, y, ¿sabes por qué?, porque
ahora no soy yo, soy uno más del montón. Y no me importa verme ridículo como
todo el mundo piensa, quiero decir, pasé 30 años de mi vida acostado en la cama
de un hospital mientras el mundo seguía girando. Me miro al espejo y solo veo a
un hombre viejo con arrugas y bolsas bajo los ojos, pero este soy yo ahora, y
no quiero perder esperanza, ¿sabes?
-Tu
mujer no va a volver, ¡pasaron 30 años!, probablemente rehízo su vida.
-Pero
no me voy a arriesgar, no lo haré. Quiero que me reconozca, quiero que sepa que
la estoy esperando.
La
casa estaba casi vacía. Paredes blancas, una cocina, un baño, una recámara y un
pequeñito espacio para poner un sillón y llamarlo sala. Había escogido aquella
casa porque se parecía a dónde solía vivir con su esposa.
Poco
a poco la fue decorando, casi a diario iba a tiendas de antigüedades, le
parecía gracioso que con tan solo 30 años, todo lo que estaba en su casa fuera
considerado tan viejo.
Compraba
también todo aquello que veía y le recordaba a su mujer: unas sandalias, un
vestido, unas gafas como las que solía usar cuando se iban de viaje exprés a la
playa. Las ponía en los lugares donde ella las hubiera dejado, las sandalias
siempre al salir de la ducha, el vestido planchado y junto a sus camisas de
gala, las gafas en la ventana.
"Todo
ha cambiado y a la vez nada" se dijo. "Y si un día regresa encontrará
todo como antes, ni una novedad, yo con mi amor hacía ella completamente
intacto".
Salió
a la calle como cada día, recorría todo lo que podía de la ciudad. "Hoy
quizá es el día en que la encuentre" se dijo.
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