Estaba perdida en las calles
de la enorme ciudad a la que había ido a pasar sus vacaciones, era la primera
vez que viajaba sola y con tan solo 27 años se sentía emocionada y a la vez
asustada, había escuchado todo tipo de historias acerca de las chicas que iban
a la ciudad y no regresaban. Quería encontrar un bar en particular que había
visto en instagram y no quería perder la oportunidad de tomarse una foto en sus
paredes color rosa decoradas con millones de pedazos de cristales. Aún no era
muy tarde, pero sabía que ahí oscurecía más rápido que en su pueblo natal, así
que apresuró el paso, era malísima para seguir instrucciones y orientarse,
incluso con el GPS en la mano. Así que le preguntó a unas chicas que estaban
paradas esperando al autobús.
-Disculpen, ¿saben cómo llegar a este bar? -y señaló una foto en
su teléfono. Ellas compartieron una mirada como burlándose, supieron de
inmediato que se trataba de una de esas turistas pretenciosas que solo quería
tomarse la foto del recuerdo e irse. Le indicaron por dónde ir, ella dijo que
sí con la cabeza, dio las gracias y se fue. No había entendido muy bien pero al
menos se sentía más segura ahora que tenía una idea acerca de hacía dónde
ir.
5 cuadras después y supo que no estaba yendo en la dirección
adecuada, sentía que las calles de la ciudad se burlaban de ella, escuchó la
voz de su madre en su cabeza diciéndole “Estás loca, ¡cómo vas a ir a la ciudad
sola!”.
Decidió entrar al bar que
estaba cruzando la calle, no era lo que estaba esperando pero estaba muriendo
de sed y hambre. Se sentó, miró de nuevo su atuendo, una falda negra hasta las
rodillas, blusa blanca de holanes y una chaqueta café oscuro. Se sentía
bien, sabía que toda su cara gritaba turista pero no le importaba, estaba
feliz, después de haber pasado más de un año ahorrando para poder pagarse esas
vacaciones, escuchando las quejas de su madre y
trabajando turnos extra, no permitiría que nada le arruinara el
viaje.
Un chico entró al bar mientras la miraba. Ella le sonrió. No
recordaba cuándo había sido la última vez que un chico lindo le había sonreído,
mucho menos recordaba la última vez que había tenido sexo. Mientras pensaba en
todas las cosas alocadas que quería hacer, el chico se acercó:
-Hola -le dijo con una seguridad que jamás había visto en un
hombre -¿Puedo sentarme? -y jaló la silla aún sin haber obtenido una respuesta
- Soy Antonio -se presentó -y por lo que puedo ver, no eres de aquí. Ella sonrió
tímidamente, quería parecer menos pueblerina y más citadina pero no le salía.
-Soy Karla -sonrió también.
Hablaron por bastante tiempo de cosas banales, hasta que Antonio
dijo que tenía que irse pues su hora de comida había terminado. Karla se sintió
de repente triste de que su nuevo compañero la abandonara así.
-Si quieres podemos vernos más tarde -dijo Antonio antes de irse y
la cara de Karla se iluminó por completo.
Después de haber pasado la tarde comprando un montón de cosas que
sabía que no necesitaba, de nuevo se sentía exhausta, así que pasó a una cafetería
y se compró un café latte carísimo, quería tener energías para su encuentro en
la noche.
Había caminado tanto que ya ni siquiera tenía idea de qué tan
lejos estaba de su hotel. Decidió pedir un Uber, era la primera vez que usaba
la aplicación pero estaba segura de haberlo hecho bien. Miró hacía arriba y se
maravilló con la vista: miles y miles de edificios y sus luces neones brillando
como si de estrellas se tratara. Quería llorar de felicidad pero se aguantó las
ganas. Se sentó al borde de un carro mientras seguía esperando. Miró el
teléfono y vio que aún faltaban 7 minutos para que su auto llegara, se preguntó
por qué tardaría tanto.
Comenzó a sentirse extraña, pronto las luces de colores empezaron
a dar vueltas, todo giraba demasiado rápido a su alrededor, se puso de pie pero
el equilibrio le falló por completo y cayó al sueño aterrizando en el montón de
bolsas que traía en las manos.
Un chico salió de la nada y se acercó a ella.
-¿Estás bien? -le preguntó, ella dijo que no con la cabeza así que
él aprovechó para encaminarla hasta su coche, la subió con cuidado, cerró la puerta
y sonrió. Minutos después el Uber llegó y al no encontrar a Karla, decidió
irse.
-Es gracioso cómo funciona el universo, ¿no lo crees? -le dijo el
chico cuando finalmente despertó. Quería creer que estaba soñando, pero al
mirar alrededor y darse cuenta de su estado, quiso gritar pero de su garganta
no salió ningún sonido. -¿Te acuerdas de mí Karla?, soy Joel, de la prepa 83,
¿recuerdas cómo me humillaste cuando te pedí que salieras conmigo?, todas tus
amiguitas y tú se rieron de mí por mi aspecto, pero mírame ahora, estoy totalmente
cambiado, ¿verdad?, me metí al gym, hice esas dietas estrictas y luego me corte
el pelo. Las chicas aquí me encuentran atractivo, espero que tú también -y le
acarició la cara. Karla estaba llorando de desesperación, estaba amarrada a la
cama de las muñecas y por más que pataleaba no lograba zafarse, su boca estaba
atada con un pañuelo que olía horrible y sentía que si no se lo quitaba pronto
iba a vomitar. -Tienes que tranquilizarte Karla, porque si t vomitas, te puedes
ahogar, y no quieres eso, ¿verdad? -le sonrió y entonces Karla pudo recordar
quién era. 10 años atrás, cuando apenas y tenía 17 el chico más asqueroso y
maloliente de la escuela se le había acercado en una hora libre con una carta
en la mano y una sonrisa en los labios. “¡Estás loco!, le había gritado ella,
¡Nunca saldría contigo!, ni aunque me pagaran.”
-Seguro debes estar arrepentida -ella dijo que sí con la cabeza
muchas veces, él sonrió. -Es muy tarde Karla, es muy tarde, pero ¿sabes?, fue
una coincidencia encontrarte, nada de esto estaba planeado pero el karma sí que
funciona después de todo, ¿no?, cuando te vi en el bar te reconocí
inmediatamente, ¡no has cambiado nada!, ese pelo castaño y tus ojitos verdes
que se cierran mientras hablas emocionada. No fue difícil drogarte, un billete
al bartender y mira, aquí estamos. ¿No te parece gracioso cómo todo funciona?
Una semana después un niño estaba a punto de tomar un baño cuando
gritó:
-¡Mamá!, el agua apesta.
Su madre fue corriendo a ver qué pasaba, tiró de la cortina y casi
cae desmayada por el olor, ambos se taparon la nariz y salieron de la casa.
-Mijo, ¿y ese olor a qué se deberá? -el niño tan solo se encogió
de hombros. -Vamos a tener que revisar el tinaco, háblale al vecino mientras
saco la escalera de la bodega.
El vecino llegó malhumorado y no tardó en comentarle al oído "este
es otro favor que me debes" y sonrió. Subió la escalera, quitó la tapa y
lanzó un grito tan agudo que los demás vecinos se asomaron para ver qué estaba
pasando.
-¡¿Pero qué pasa?! -preguntó el niño que lo único que quería hacer
era bañarse para después ir a la central de autobuses y recibir a su hermana.
Nunca olvidaría la cara del vecino al voltear y decirles:
-¡Es Karla!, ¡Karla!, ¡Karlita está muerta y alguien la metió al
tinaco!
El niño sintió entonces cómo todo se movía a su alrededor y apenas
pudo poner los brazos para agarrar a su madre cuando cayó desmayada.