jueves, 10 de marzo de 2011

Sueños de Amor.

Tamara (1).

Jamás he sentido que mi vida es perfecta, mi madre, dice que a los 20 empieza la adultez, pues bien, la responsabilidad no es lo mejor en mí, siento que no he cambiado desde que tenía 15, 14 tal vez.
Esa noche, acompañada de mi mejor amigo, sentí algo diferente, no puse atención en la pelícua, pues Diego la eligió y como siempre, escogió una musical, y no soy una fanática de esas cosas.
La función pasó rápido, apenas comí un poco de palomitas y Diego estaba de pie, listo para irse. Tendió su mano hacía mí y me ayudó a levantarme.
-Vamos, mi querida veinteñera -Dijo.
-Oh -Puse mala cara -¿Querrías no decirlo en voz alta?, no quiero ponerme de mal humor.
El camino a casa fue tranquilo, Diego no abrió la boca después de mi comentario y yo manejé tranquilamente. Las luces de la ciudad poco a poco se fueron encendiendo, hasta que la luna apareció y mostró su dulce resplandor. No me gusta conducir de noche, así que aceleré y al pasar por un tope, dimos un pequeño salto, Diego ni siquiera se inmutó, seguro estaba disfrutando el paseo.
Lo quería demasiado, mi pequeño Diego, tan lindo y sonriente como siempre, ¿cómo podía no estar enamorada de él?
Era, sin más, el chido más perfecto, pero aún así mi corazón no brincaba de emoción al pensar en él.
-¿Segura de que no quieres ir a otro lado?, puedes cambiar de opinión -Su voz me asustó un poco, sonaba tan triste, tan desesperado.
-Eh, estoy algo cansada -mentí -prefiero ir a casa, además mañana tengo que entregar unos trabajos.
Habías llegado a su casa, un pequeño edificio de color blanco, con dos ventanas y una puerta que se distinguía por su gran altura. Acaricié suavemente el rostro de Diego, sonreí y pare el coche.
-Nos vemos mañana -Dijo.

Puse la música a un volumen medio y empecé a cantar mentalmente. Arranqué el motor.
Amaba el hecho de que Diego no insistiera demasiado, de lo contrario no sabría qué hacer. Ya tenía que soportar el hecho de que cada que salieramos no nos quitaran las miradas de encima, eramos como un imán, bichos raros. "Pero qué linda pareja hacen".

Llegué a casa más temprano de lo que mamá hubiese imaginado, así que al verme puso cara de sorpresa.
-Tamy, ¿pasó algo malo?
-No, nada -contesté miestras tacaba su mano -Me voy a acostar, estoy cansada.
-Espera -volteó la cara y señalo un pequeño envoltorio en la mesa central -Papá y yo te hemos comprado un regalo, espero que te guste -me guiñó un ojo, ¿qué se traía en manos?
-Pero...
-Nada, hija -me interrumpió -Sólo abrelo.
Caminé despacio hasta la sala, como queriendo no llegar, no tenía ánimos para un regalo.
Tomé la pequeña envoltura envuelta con papel color rosa, y comencé a brirla, para mi propia sorpresa, mis papás me dieron algo que realmente me emocionó.
-¡Mamá!, no puedo creerlo, es genial, ¡Es genial! -Sonreí ampliamente -Muchas gracias mamá...es, es de verdad genial.
-Diego dijo que este grupo estaba de gira y pasaría por la ciudad, creíamos que tal vez te gustaría ir, es tu favorito...
La abracé, quitándole las palabras de la boca.
-¡Vaya! -dijo soltándose de mi abrazo -parece que de verdad hemos acertado en tu regalo.
-Sí mamá, bueno, creo que ahora iré a dormir.
De momento me sentí apenada por mi estúpida reacción hacía el regalo, pero pensándolo bien, ¿quién mejor que mi mamá para saber mi estado de ánimo? Sentí un calor en las mejillas y supe que me había ruborizado, mi mamá notó mi vergüenza así que sólo me dio un beso en la frente y se fue a su cuarto.
Subi rápidamente a mi pequeño y desordenado cuarto, entré al baño y no me reconocí al espejo, tal vez nos veinte me estaban cambiando ya.
-Pero no lo creo ...-Me dije a mí misma.
Mis ojos parecían dos canincas grandes de color verde y debajo de ellos aparecían unas ojeras enormes, ¡Vaya!, mi pelo parecía haber sufrido una revolución, y mis raíces cafés ya se notaban por lo menos 5 centímetros. Por la mañana debía ir al súper y comprar un tinte rojo y alguna mascarilla para las ojeras, yo generalmente no me conportaba así, tan vanidosa. Pero había cumplido veinte, debía hacerlo.

Por la mañana, las ojeras habían desaparecido casi por completo, así que me sentí un poco mejor.
Tomé una blusa cualquiera, pantalones negros y mis converse. Sólo cepillé un par de veces mi cabello y salí de casa.
-Pareces un zombi -Comentó Diego, al llegar a la universidad.
-Seguro, lo que digas.
-Lo siento -sonrió, y con su sonrisa se borró mi mal humor -no quice decir eso.
-Bien, ahora vete a clases, ¿quieres? -Me reí un poco, a veces me sentía como su mamá.


*Esta es una nueva historia. Bueno ni tan nueva, la empecé hace años y al fin decidí que era hora de continuar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bien por ti, pero ahora la de Leni donde quedara??? De hecho me gusto esta historia parece un buen comienzo...