lunes, 7 de febrero de 2022

La madrugada del 20 de enero

 Era una de esas noches donde estaba aburrida, además, la pandemia no ayudaba. Había pasado ya tres semanas encerrada en mi pequeño departamento a las afueras de la ciudad, y mi única compañía era mi gato, Latte, quien a veces se escapaba por la ventana, en busca de las aventuras que yo no podía tener. 

Estaba aburrida, repito, y a mi celular no llegaba ni un mensaje, ya había acabado todas las series que me interesaban en netflix y ver una película me resultaba tan tedioso que preferiría dormir por una semana entera. 

Y entonces se me ocurrió.  

La. Más. Genial. Idea.

Bajé Bumble, porque ya no tenía paciencia para lidiar con la gente en Tinder, no quería ni podía tener aventuras de una noche, y quería probar algo nuevo. Había estado soltera por más de un año, luego de vivir con mi ex durante dos años y tener una relación bastante tóxica, aún no estaba lista para adentrarme al mundo de la monogamia, pero quería intentar algo nuevo, algo que le diera emoción a mi vida, además de mis visitas semanales al supermercado. 

Bumble me ofreció una prueba gratis donde podía "viajar" alrededor del mundo y conocer personas, no lo pensé dos veces y acepté. Mi perfil era bastante básico, según yo: una foto de mi cara, sin filtros, una foto de cuerpo completo, vistiendo casual, una más elegante, en una boda, y una en un viaje que hice a San Miguel. Listo, no recuerdo al 100% mi bio, pero decía algo como "Hola soy Paula, no busco nada serio, quiero conocer gente. Sí: amantes de los gatos, foodies y nerds de las computadoras. No: obsesionados con el gym y sí mismos, adictos al reggaetón y al café".

Sentía que estaba viajando por el mundo, de verdad. Rusia, Panamá, España, ¡hasta China!, hombres de todos los colores y tamaños, un catalogo mundial. El internet es el universo y yo estaba ahí para recorrerlo con clics. Me divertí mucho, hablé con uno, dos, tres chicos a la vez, pero siempre me aburría, llega un punto en el que la conversación muere y entonces Chau, vamos a ignorarnos mutuamente por la eternidad. Estaba a punto de acabarse mi mes de prueba, tendría que volver a conformarme con un montón de locales, y no quería eso, yo quería seguir probando con los hombres internacionales, agregar sellos a mi pasaporte. Quería desaburrirme. 

Un día antes de eliminar la aplicación empecé a hablar con Andrés. 27 años. Ingeniero en mecatronica. Español pero viviendo en Portugal. Guapisímo. Alto. Nerd hasta los huesos. Le mandé la foto obligatoria a mis amigas para que dieran el visto bueno, como si fuera posible tener una cita con el tipo, como si fuera a conocerlo, me estaba riendo a cada segundo con sus comentarios. "Esta guapisímo, tienes que ir a visitarlo o que él venga, ya amiga, ahí es, te nos vas a Europa". 

Pasamos 4 meses hablando.

Hasta que empecé a hablar con alguien más. Alguien a quien conocí por medio de mis compañeros de trabajo, y ahora que las cosas parecía volver a la normalidad, ya podía salir más de casa, ya no estaba aburrida. Ya sentía que mi vida volvía a parecerse a lo que antes era, y ahí, Andrés no tenía lugar. Así que se lo dije, y él entendió. Después de 4 meses de hablar cada día, de un sinfín de fotos, videos y videollamadas compartidas, se sintió como un rompimiento, como si mi yo de la cuarentena resintiera a la nueva yo por volver a ser quien era. Pero ahí estaba, con el mundo real que ofrecía una relación como posibilidad, y Andrés, que residía en el mundo del internet, se quedaba afuera, lejísimos y yo no podía hacer nada para salvarlo y traerlo de vuelta a mi día a día. 

Duré 1 año sin hablar con Andrés.

Y fui feliz, compartiendo mi vida con amigos, familia y en una relación donde podía hacer muchas cosas, donde descubrí que me gustaba la nieve y el frío, los gatos y las montañas. Hasta que acabó, me quedé sin trabajo y buscando por ahí, oh, destino, oh casualidad, hay una vacante en Portugal. Escuché a Walk the Moon por un día entero, en repetición, hasta que me armé de valor y envié mi currículum. 

Volví a enviarle un mensaje a Andres cuando me dieron el trabajo. 

Él no me respondió y lo interpreté como que había vuelto al mundo real también. Compré mi vuelo, vendí muebles y ropa, ahorré por 3 meses. Y el 18 de enero tenía todo listo para irme. Mi vuelo era directo, llegaba a España y de ahí tomaría un tren a Portugal. 

Andrés me mandó un mensaje el 19 de enero. 

Estaba por abordar mi vuelo. No podría creerlo, el celular se me cayó de las manos y todos me miraron como si fuera la idiota más grande del mundo, lo que no sabían, es que me sentía la chica más suertuda del mundo en ese instante. Andrés me había respondido, estaba soltero aún, en Portugal, hablamos en lo que mi vuelo despegaba. Lo último que supe antes de quedarme dormida en el asiento 3B, es que despertaría en otro país, a un tren de distancia de una nueva vida.

Es el 20 de enero, son las 3:33am.

Salgo del tren que va de Madrid a Lisboa. Han sido horas durmiendo y despertando, entre sueños veo la cara de Andrés. A veces la veo al otro lado de la ventana, como un poema de amor que me acompaña en el viaje. Estoy borracha, o quizá estúpida. No lo sé. Pero cuando pongo un pie afuera del tren, luego el otro, camino unos 10 pasos y ahí está. Viste una camisa blanca, pantalones de mezclilla y tenis negros. Sonríe y me dice hola con una sonrisa. 

Conozco a Andrés.

Pasamos de Blumble, del internet, del mundo de fantasías y promesas, al mundo real, y me sorprende lo rápido que nos adaptamos al otro. En 3 meses me mudo a su casa. En 10 meses viajamos a México para que conozca a mi familia y a mis amigas que no pueden parar de decirle cómo ellas sabían que terminaríamos juntos. Me recuerdo en mi casa, con mi gato que ahora vive en casa de mi abuela, aburrida, descargando una aplicación de citas. Y luego vuelvo al presente. 

Sonrío.

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