martes, 27 de junio de 2023

Chicos

 Aún lo recuerdo como si fuera ayer: mi mamá esperándome a la hora de la salidad y yo pérdidamente enamorada de Roberto Daniel, esperando para verlo irse a casa, guardando como un tesoro sus cartas, y ya anhelando el día siguiente para volverlo a ver. 
Eso fue en primero de primaria, con seis años y llena de amor. 
A partir de ahí mi constante amor por Roberto me perseguiría hasta apróximadamente los 15- 16 años. Bien dicen que el amor es cosa de sincronía, y yo y Roberto lo demostramos a la perfección: cuando él estaba listo para ser mío, yo no quería nada con él, y cuándo yo le escribía poemas de amor, él ya había decidido que su amor estaba mejor resguardado en otro corazón. Así pasamos la primaria y la secundaria, en una danza continua de: ¿sí o no?
Hasta que yo me mudé a Vallarta para estudiar la prepa. Ahí decidí oficiamente que mis días de esperar estaban oficialmente en el olvido, y chau Robert, no más.
Hasta hoy seguimos siendo amigos, fui a su boda y lloré de pensar, wow, qué cosas, qué vueltas da la vida y los finales que nos tocan.
Pero ok, los chicos han dominado mi vida por muchos años, lo sé muy bien. Me la he pasado enamorada más tiempo del que me gustaría declarar. Y es que mi obsesión por el amor nació de ver a mis papás juntos desde casi adolescentes (mi mamá 17, mi papá 23). 
Tuve crushes a lo loco, unos que no tenían sentido en absoluto y otros que me dejaban con el corazón roto solo de pensarlo.
No había momento en que mi diario no tuviera una nota o un día no dedicado a hablar del amor que creaba en mi cabeza hacía un chico que ni conocía: entre más fantasía mejor.
Cuando pasé a la secundaria mi gran amor fue Diego Contivecci, un italiano que llegó para robar mi corazón. Tan alto como yo, tan flaco y con unos pelos chinos indomables. Era el típico chico rebelde que toda nerd sueña con conquistar. Y yo, no, yo tampoco lo logré. Hablábamos de vez en cuando por messenger y yo me emocionaba de más, un 16 de septiembre, cuando yo ya estaba en la prepa y él aún seguía en tercero de secundaria, me sentí como la más increíble de las chicas porque Diego se sentó conmigo y hablamos. Sí, solo eso. Ese fue mi mayor triunfo.
En la prepa, me gustaba un chico y después otro y luego uno más: finalmente había salido del pueblo y podía ver más gente que era tan rara y tan nerd como yo. Y había chicos para elegir. Aún no había tenido novio oficialmente y estaba desesperada por vivir la experiencia final: el desenlace. 
En la prepa también oficialmente hice mi debut como bisexual con mis amigas, nadie dijo nada, nadie se inmutó: mientras fuera feliz ellas estaban felices por mí. Recuerdo cómo me gustaba una chica que jamás, y repito, jamás hubiera tenido sentido incluso hablar con ella, solo me gustaba porque era bonita y ya, así que jamás hice nada al respecto.
Pasé de los 17 a los 21 años con mi primer novio: Rubén, del que existen numerosas publicaciones en este blog, más de las que quisiera. 
Rubén me rompió el corazón como nadie había hecho hasta entonces: había perdido mi virginidad con él, había imaginado una visa entera a su lado y él simplemente me cambió por otra en mis propias narices. 
Me costó muchos años recuperarme, muchos años y una noche de putería. En la que dije "ok, aquí voy", y me lancé de lleno al ruedo, y la vida no volvió a ser la misma.
Descubrir que podía acostarme con quien yo quisiera y que el sexo no era la gran cosa fue algo liberador: ya no tenía esta idea de que me casaría con mi primer novio, había sido liberada de mis creencias familiares, y por fin podía abrir el catálogo que la vida había inventado para ayudarme a descubrir mis gustos: Tinder.

Tinder cambió mi vida.

Ya no era yo la chica incómoda que jamás, jamás se acercaría a un chico en un bar, en un restaurante, en una fiesta. No, ahora era la chica que podía abrir cualquier conversación y ser encantadora. 
Hubo citas buenas, noches de solo sexo, posibles romances que acabaron porque yo me aburrí demasiado rápido, mis primeros encuentros con chicas, enamorarme de chicos que solamente estaban el fin de semana.
Tinder me enseñó que mientras estuviera aburrida un fin de semana, siempre existía la posibilidad de conocer a alguien, de una aventura más. 

Los chicos fueron parte fundamental de mi vida, sin ellos, ¿cómo me hubiera entretenido?, ¿quién habría partido mi corazón y me hubiera obligado a salir del pozo?, ¿quién sería ahora si una pequeña fracción de mi vida hubiera sido diferente?

No lo sé.

No hay comentarios: