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Tenía apenas unas semanas de nacido cuando me adoptó una familia en un pequeño pueblo, con un patio grande donde había una alberca inflable a la que siempre querían meterme a pesar de mis esfuerzos por mostrar que el agua no me interesaba. La pequeña niña era mi humana, o al menos eso entendí, porque ella era la que siempre me daba de comer zanahorias en las mañanas y me cambiaba mi pequeña cama y siempre la dejaba muy cómoda. La pequeña niña tenía un hermano aún más pequeñín que ella, que siempre la seguía a todos lados y quería todo lo que ella tenía. Disfrutaba mucho mis tardes con ellos, saltando en el jardín o solo tirados en el pasto mirando al sol. Aprendí con el paso del tiempo que mi nombre era Rabito Conejito, me causaba tanta gracia cuando me llamaban para que los siguiera, porque aunque lo intentaba, siempre terminaba distrayéndome con algo. En las tardes me sacan al patio para que jugara en el pasto y brincara sin parar, ellos se emocionaban co cada uno de mis pasos y a mi me daba mucha risa, en una tarde cuando los hermanos estaban distraídos, descubrí un pozo no muy profundo donde dormía una creatura que jamás había visto, la llamé y la llamé e hice todo tipo de sonidos, pero parecía estar dormida, los hermanos me descubrieron y los guié hacia la creatura, ambos gritaron asustados cuando la vieron.
-Es una rana muerta -dijo la niña
Yo no sabía que era una rana pero sabía lo que significaba estar muerto. Los niños fueron a buscar a sus padres y sacaron a la pequeña rana, pude oler su putrefacción y me dió mucha lástima.
-¿Qué le pasó? -preguntó el niño a su padre.
-Se cayó y ya no pudo salir.
-Pero las ranas son buenas saltarinas -dijo la niña
Yo me asusté mucho, porque sabía que también yo era un buen saltarín, ¿qué significaba aquello?, ¿que un día caería a un pozo y no podría salir hasta morir? Corrí a los brazos de mi niña, y ella me abrazó con fuerzas, sentí sus lágrimas cayendo en mi espalda.
-Todo va a estar bien Rabito Conejito -me dijo una y otra vez.
Al día siguiente salimos al patio y el pozo estaba tapado con tierra, no había rastros de animales muertos. Poco a poco todo volvió a la normalidad hasta que todos nos olvidamos de la rana.
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Crecí en un pequeño pueblo a las orillas del mar, donde las abejas eran felices de flor en flor, llevando el polén a todos lados, y las flores sonreían al verse rodeadas de tanto amor. Todas las mañanas se levantaban y abrían sus pétalos hacía el sol que les daba sus rayos con fuerzas. Los árboles danzaban al sonido del viento, sus hojas verdes por la lluvía que nunca tardaba en llegar, los ríos llenos de agua que venía de las montañas, los niños jugando en la orilla, descalzos, a veces sin ropa, con cacharros que juntaban de la basura y usaban como juguetes. Los hombres pescando en el mar o en el río, con la piel dorada gracias a los rayos del sol, decían una oración antes de entrar al agua y antes de partir a los peces con una navaja aflilada.
"Gracias por esta ofrenda, gracias por un día más con comida en nuestros platos y gracias por todas las creaturas que habitan en esta tierra."
Crecí con mi hermano pequeño al lado, siempre siguiéndome a donde fuera, con sus pequeños pies pisando en donde yo había pisado, imitando mis pasos. Subiendo árboles tan arriba como nos era posible, cortando la fruta, poniéndola en nuestros bolsillos o haciendo una bolsa con nuestras camisas, luego repartiendo nuestro motín con nuestros primos. Riendo porque una guayaba tenía gusanos, o porque el mango estaba aún sazón, o las ciruelas demasiado maduras.
Crecí en un pequeño pueblo donde lo único peligroso eran las espinas, los jaguares si de adentrabas demasiado en el monte.
Crecí bendecida, entre la naturaleza y mi familia.
1 comentario:
Hahaha ese Rabito es la onda, pobrecito todo asustado.
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