viernes, 15 de agosto de 2014

Habitación vacía

Ella empacó sus cosas un martes, en un día soleado y lleno de mariposas volando por doquier. Llegó a la casa para encontrarse con muros pintados de blanco y ya desgastados por los años y el poco cuidado. Nunca existió una sala, nunca existieron verdaderos invitados; todos allí iban solo a pasar el rato, nadie tenía intenciones de quedarse. No había comida, no había agua; las cosas estaban tiradas por doquier, las camas destendidas, como si a nadie le importara, y es que esa era la razón; verdaderamente a nadie le importaba. Todos querían salir de allí desde el momento en que ponían un pie en aquel suelo blanco y sucio. Faltaban tantas cosas que parecía un rompecabezas que alguien dejó inconcluso. No había señal para celulares, no había Internet, no tenía televisión ni teléfonos. Era como si llegando allí, se transportara a una época distinta, una donde tenía que esperar por los domingos a que él llegara y la salvara de aquel aburrimiento perpetuo.

Recordaba la primera vez que había entrado a aquella habitación y se había deslumbrado por lo blanco de las paredes, por el silencio que inundaba la casa, por la soledad que parecía no querer apartarse de ella. Colocó cortinas blancas, para que combinaran con el resto, y así quedó hasta dos años después. 



Pero las paredes blancas comenzaron a parecer las de un manicomio y el silencio se volvió su enemigo, la soledad le susurraba cosas al oído y ella estaba comenzando a tener miedo; de estar sola todo el tiempo, de la falta de comida, de la compañía, que en vez de alegrarla le hacía los días más amargos

El tiempo pasó y comprendió que no habría nadie que fuese a salvarla, nadie pintaría aquellas paredes para ella, blancas permanecerían. Decidió que era hora de marcharse. Las paredes se quedarán con todos sus secretos y ella mirará la casa desde afuera, ya no piensa volver a entrar ahí. Su habitación quedó vacía, justo como ella se sintió al momento de partir.

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