jueves, 10 de octubre de 2019

Fiesta en el columpio


Yo nunca quise esto, pero cuando apenas tenía 5 años mi mamá convenció a papá de meterme a un concurso de belleza, le dijo que mi piel de porcelana me haría ganar automáticamente contra las demás niñas. Yo no sabía que estaba pasando, un día simplemente llegó a casa con un montón de vestidos ampones, maquillaje y pequeñas zapatillas que hacían que mis pies dolieran al caminar. No recuerdo mi primer concurso para ser honesta, ni el segundo, pero recuerdo a mamá muy enojada cuando quedé por primera vez en segundo lugar, ella gritó como loca y fue hasta la mesa de los jueces para reclamarles, yo la miré divertida al principio pero luego me dio miedo, pensé que cuando llegáramos a casa seguramente me castigaría. Y estuve en lo correcto, me mandó a mi habitación y me dijo que pensara bien en lo que había hecho, que estaba completamente decepcionada de mí por dejarla en vergüenza, yo tenía 6 años y no sabía lo que esa palabra significaba pero me lo imaginé porque mamá duró 2 semanas sin dirigirme la palabra. 
Una noche, cuando estábamos en la sala viendo la televisión, salió un comercial que decía que estaban buscando niñas para actuar, mamá de nuevo me miró con brillo en los ojos, de nuevo me sentí útil y querida, pues ya no había vuelto a competir en concursos, mamá dijo que el segundo lugar había sido suficiente humillación para ella. 
Un comercial, dos, cinco, diez, pronto cumplí 12 años y el pelo comenzó a cambiarme de color, mamá entonces me llevó a uno de esos salones de belleza y le dijo al estilista: "arréglala", y él me pintó el cabello de un rubio más claro que el mío, me dolió mucho. Después me quitó cada vello de mi cuerpo, y entonces ya no pude seguir llorando de dolor, solo me resigné. 
El dueño de la televisora donde grababa mis comerciales un día se me acercó y me dijo "yo te voy a hacer una estrella", yo solo sonreí sin ánimos, porque ya sabía lo que ese hombre le hacía a las niñas como yo. Le conté a mi mamá y ella solo dijo que guardara silencio y que aprovechara cualquier oportunidad que la vida me ofreciera, sin importar cómo.
Así pase mi adolescencia, entre hombres tocándome cuando se les antojaba, fiestas donde las drogas estaban como plato fuerte y actuando, siempre actuando, solo que a veces ya no sabía cuándo dejar de hacerlo, cómo ser yo, ya no me reconocía, estaba en piloto automático y solo hacía lo que mamá me decía que hiciera. 

Hasta que un día recibí una invitación a una fiesta, estaba firmada con un nombre que jamás había escuchado, así que supuse que no era parte de la industria. La tarjeta decía "Fiesta en el columpio" y tenía solo un pequeñito columpio dibujado en la parte de atrás y la dirección, no quedaba tan lejos de casa. 
Cuando llegué me asombré al ver la cantidad de personas, estaba acostumbrada a ir a eventos donde el mínimo eran unas 500 personas y ahí cuando mucho éramos 15. 
-¿Cuántos años tienes preciosa? -me dijo un chico que no aparentaba más de 30 años. Le respondí que tenía 17 y me alejé. -¡Qué lástima!, ¡tan joven! -me gritó desde el otro lado de la habitación y no le di importancia. 
Me pasaron una copa de lo que parecía champaña, tomé más y más hasta perder la cuenta y pronto comencé a sentirme muy rara, estaba mareada y todo parecía estar distorsionado. Me gustaba sentirme así, porque todo el dolor desaparecía, y yo podía olvidarme del mundo y sobre todo de mamá. "Creo que ahora estamos listos", escuché una voz a lo lejos y entonces vi a una cara conocida, fui hasta él y le pregunté qué hacía ahí.
-Ya no me sirves, niña, te estás poniendo gorda y fea. -Fue todo lo que contestó. Yo quería llorar ahí mismo pero  de repente vi que todos comenzaron a salir al patio, así que yo también salí. Había varios columpios colgados a un solo árbol y parecían estar diseñados para que dos personas se sentaran en ellos. Pronto todos estuvieron ocupados y yo me senté en uno sola, pues no había nadie más para ocupar el puesto vacío.
Miré al rededor y todos reían, yo no sabía qué estaba pasando, pronto me sentí aún más mareada, quería que todo acabara e irme a casa a dormir.
"Es hora mis queridos niños", dijo la voz de hombre que yo conocía, caí en cuenta de que era el hombre de la televisora. Y entonces, todos comenzaron a desmontar los columpios, de manera que solo quedaban dos cuerdas flotando. Vi a la chica de al lado y lancé un pequeño gritó que se ahogó en mi garganta, pues se estaba poniendo la cuerda alrededor del cuello y estaba subiendo al columpio que ahora quedaba como un banquito. Entonces lo entendí todo.
El hombre se acercó a mí:
-Es tu turno –me dijo y le pregunté si mi mamá sabía: -Querida –me respondió – tú mamá estuvo completamente encantada con la idea, sabes que ahora que ya no podrás actuar le sirves más muerta que viva, ¿verdad? – “yo nunca quise esto”, pensé mientras él ponía la cuerda alrededor de mi cuello.



Básado en: Swingin party - Lorde

No hay comentarios: